martes, 29 de septiembre de 2009

Un mundo diferente

“Tú me haces ver un mundo diferente…”. El paseo empezaba con el cassette de los Hermanos Arriagada. 8 am. Renault 6 amarillo. Nos sabíamos las canciones en orden y cantábamos. Su voz gruesa, profunda y muy entonada retumbaba. Risa escandalosa. Furia. Ira e intenso dolor. Animadversión y alevosía. Y otra vez esta carcajada magnifica y generosa con ojo aguado. Humor magnifico. Siempre al límite del amor. Siempre al borde del odio.

Teníamos un club privado para hablar mal del gobierno. Escondidos en alguna esquina de su casa, hablábamos en voz baja. ¡El estado de derecho! ¡La constitución! ¡Habeas corpus! ¡Jurisprudencia! El era abogado y yo había oído a mi mamá 5 años estudiar derecho en la mesa del comedor con sus amigas. Repaso de la actualidad política. Calificábamos a cada mortal dependiendo si estaba o no con el “mesías”.

Yo pensaba que era uno de los mejores cocineros sobre la tierra. Alguna vez, al regreso de un paseo nos hizo unas pastas con salchichón al horno. Días más tarde le pedí que me diera la receta y empezó a “patinar”. Yo comprendí que así como podía hacer grandes banquetes con todo medido y preparado, podía hacer algo delicioso con las sobras de la nevera el último día de la quincena. Yo me sentaba a devorar su minestrone mientras cambiábamos secretos culinarios. A pesar de que yo no igualo su talento, siempre fueron generosos sus comentarios de mi sazón.

El día que supe que estaba embarazada lo llamé y le pregunté:
- ¿Usted me quiere como a una hija?
- Por supuesto.
- Entonces va a ser abuelo.

Cuando cierro los ojos y lo tengo frente a mi cantando “Piensa en mí” sobre la versión de Chavela Vargas. La última vez que hablé con él, le prometí rezar por su salud, me contestó que a Dios le encantaban las oraciones de los pecadores. Que seguro me iba a oír. Tal vez empecé a rezar demasiado tarde, o tal vez no he pecado lo suficiente. “Si tienes un hondo penar, piensa en mí”. Mi hondo penar, es que pienso en él, y él ya no está.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Yo no duermo

Yo no duermo. Abrazo almohadas. Revuelco sábanas. Pero casi no duermo. He probado todo: medicamentos que me daban taquicardia, otros que me daban pánico y otros que no me daban nada y simplemente seguía despierta. Odio a los que duermen porque los veo horas y horas flotar en sueños profundos. Pero los amo dormidos. Conozco como respiran. Se cuando mi esposo tiene la misma pesadilla noche tras noche con su abuela ciega. A veces tomo su mano y juego a que dormimos. Me siento en la oscuridad a oír respirar a mi hijo y lo siento crecer, frente a mí, lentamente. Cuando mi esposo está con nosotros camino sin hacer ruido, me paro, leo revistas, me siento, tomo agua. Me escapo al sofá. Vuelvo. Lo miro dormir, abandonado de si, y lo acompaño en silencio. Cuando está lejos, leo, abro cajones, los arreglo, hago listas y trato de arrullarme con una televisión sorda que no me produce sosiego. Yo no duermo. Martirio inútil este de vivir despierto.

Otra conversación inutil

- Hola tía…
- Hola mijita querida, pensé que te habías olvidado de mi.
- No tía, eso imposible. ¿Oye tía tú te acuerdas de un señor que era amigo de mi tío,que tenía un puente de un color y los dientes de verdad de otro?
- Ay mija, que lengua la tuya. Ese es Paco de Serrezuela. ¿Porqué me preguntas por él?
- Tía… ¿Él no tenía unos cultivos de palma de aceite?
- Claro mijita, el es un gran terrateniente que heredó medio departamento de sus abuelos paternos y ahora está metido en lo de la palma, y acá entre nos, nosotros también…
- ¿En serio?
- Si mija, el convenció a tu tío de meter unos pesitos. Y tu tío encantado. Tú sabes mija, cualquier negocio que tenga la mano de “Él”, es negocio asegurado. Porque es obvio que él va a hacer lo que haya que hacer para que todo salga bien: Cambiar las leyes, dar exenciones tributarias, desplazar a los que haya que desplazar… ¡Todo mija! ¿Por qué me preguntas?
- No tía, porque ayer dieron en televisión un reportaje mostrando las condiciones de la gente que trabaja en los cultivos de palma: sin guantes, sin zapatos, llenos de espinas, muertos de hambre, sin seguridad social…
- ¡Ah no mija! Ahí están pintados los europeos, con el arrebato del comercio justo y todas esas ridiculeces. Qué se va a poner uno a gastarse las utilidades y los excedentes de capital en guantes, zapatos y pendejadas de esas. ¡Así no es como se hacen las fortunas!
- Tía pero es que son las normas mínimas de seguridad industrial…
- Otra pendejada izquierdosa tuya, la seguridad industrial es otra moda como la salud, las pensiones y las cesantías… ¡Cómo se ve que no saben de negocios! Indios desagradecidos, no solo se les da trabajo sino que además queda uno en deuda. No pues también querrán indemnizaciones y seguro de vida.
- ¿Bueno y desde cuando tú sabes “tanto” de negocios?
- No mijita, es que nosotros estamos encantados aprendiendo del tema. Paquito, el benjamín de Paco, nos ha estado instruyendo…
- ¿Ese muchachito no era amigo del mancito de las pirámides?
- Si mija, pero parece que no tan amigo, que se vieron en alguna fiesta de las que hacen los hijos de “Él”, pero nada más.
- Sí, eso dicen todos ahora.
- Además mija, ahí la carta ganadora es el jóker de “Palacio”. El siempre tan trabajador: ¿Qué esa gente les molesta? Yo se las desplazo. ¿Que esa ley no les gusta? Yo se las cambio. ¿Que sin impuestos? Si claro, ni que estuviéramos bravos. Divino como siempre dejando hacer fortuna a la gente de bien. ¿Y qué más decían en el reportaje?
- No, pues analizaban el impacto ambiental, qué pasa cuando se dejan de producir alimentos para producir combustibles, cosas de ese estilo…
- Ah… ¿Y tú qué piensas mijita?
- Yo prefiero no pensar tía. Afortunadamente mi carrito es GPL.
- No, ahí si me dejaste en las mismas.
- Tía querida, siempre vamos a estar en las mismas.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Mentiras piadosas

Decir mentiras piadosas. Decir muchas mentiras piadosas. Sentarse después del almuerzo en algún cafecito de medio pelo a tomarse un tinto, fumarse un cigarrillo y consolarse mutuamente con miles de pequeñas mentiras piadosas. Morirse de la risa. Desahogarse y suspirar. Decirles a las amigas los más descabellados inventos, solo para no verlas llorar. Cómo me faltan mis amigas. También mis amigos. Pero mis amigas eran una fuente inagotable de mentiras piadosas, siempre amorosas y oportunas. “Se te ve bien”. “Así te quedó lindo el corte”. “Fresca que no se te nota”. “Eso se te pasa mañana”. “Tranquila que todas hemos pasado por eso”.

Extraño sentido de la amistad que nos permitía no decir la verdad para reducir el tamaño de grandes problemas y aumentar la medida de pequeños logros.

Me faltan mis amigas. Inventar miles de pequeñas mentiras. Sólo por cariño. Mentir. Desahogarse. Suspirar.

Testamento

Esta semana murió al norte de Francia una mujer anciana, casi ciega, cuya fortuna ascendía a 240.000 euros. Al no tener herederos, decidió repartir su dinero entre 200 personas que en algún momento de su vida habían sido buenos con ella. Entre los afortunados están todos los conductores de los buses públicos, que a sabiendas de su precariedad física, esperaban atentos a que subiera al vehículo. El abogado a cargo cuenta que entre las docientas personas hay algunas difíciles de encontrar dado que la información es limitada: un nombre sin apellido, o “la niña que sonríe en el almacén de flores”. A cada uno le corresponden 1.200 euros y gracias al testamento el dinero no irá al Estado francés, como sucede en estos casos.

A pesar de tener un heredero, hice mi lista. Son más de doscientos. A veces creo que no debería quejarme tanto.

Chicles y falafel

Durante dos días compartí la habitación del hospital con una mujer marroquí, de 43 años y seis meses de embarazo. Acosada por la diabetes gestacional, soportaba juiciosamente las pruebas de glicemia que le realizaban cada dos horas. No tan juiciosamente se comía todo lo que yo dejaba, que era prácticamente la comida sin probar, porque me sentía muy mal y porque estaba espantosa. Adicionalmente el hijo mayor de su esposo, venía cargado de sopa de garbanzos, falafel y otras delicias típicas, que me ofrecían generosos pero que yo no quería ni probar. Me contó que llevaba 9 meses viviendo en Francia, como casi pierde un ojo, que tenía dos hijas de 13 años y 14 meses, que este bebé había sido un “accidente” pero que lo esperaba con mucha ilusión. A mí lo único que me provocaba eran los chicles de menta, para que se me quitara el sabor horrible de la boca que me provocaban los medicamentos. Mi esposo me trajo dos paquetes, sin azúcar, gracias a Alá, porque la señora se sentó y se comió un paquete completo masticando con una energía contagiosa: nunca había visto a alguien sacarle tanto gusto a un chicle, ni hacer tanto ruido haciéndolo. El segundo día vino una doctora, francesa para más señas, especializada en diabetes. Empezó a explicarle que necesitaba insulina, que sus niveles de azúcar estaban muy elevados… pero la mujer parecía no entender debido a la velocidad meteórica con que la especialista hablaba. En reacción a esto, la segunda empezó a hablarle más duro, como si su interlocutora fuera sorda, pero no más despacio. La situación empeoraba. Para resolverla yo empecé a repetir más despacio lo que la doctora decía.

- ¿Usted sabe hablar árabe?
- No, yo sé hablar francés despacio.

Cuando salí del hospital le dejé mis chicles, mis revistas y le recomendé que siguiera las instrucciones de los médicos. Desafortunadamente, no creo que me haga caso.

martes, 15 de septiembre de 2009

Collage

Una cosa es estudiar francés y otra muy distinta es hablarlo. Desesperada de no poder utilizar las conjugaciones verbales a pesar de haber hecho todos los ejercicios, le dije a la hermana que necesitaba hablar más para poder poner en práctica lo que ella me enseñaba. Después de darle vueltas al tema, me consiguió un trabajo muy especial: Una vez a la semana, durante una hora y media, le doy clases de trabajos manuales a las viejitas que están internas en una “casa de recuperación”, algo así como un hospital especializado en postoperatorios.

Para facilitar las cosas, y teniendo en cuenta que las viejitas son realmente viejitas, me empeño en enseñarles a hacer collage. Llevo una caja llena de papeles, recortes, estampillas, lentejuelas… Me he pasado la vida haciendo trabajos manuales, en mi casa hay materiales para hacer collage los próximos 10 años. Me preparo. Me arreglo. Me presento:

- Me llamo Angela, como Angela Merkel, pero yo me visto mejor:

El chiste que mezcla política y moda, rompe el hielo. Les explico mi situación y que tienen la libertad de corregirme cuando hable mal. Me reciben de buen ánimo. De las 10, 3 hacen todo lo que digo y lo disfrutan. Otras 2 se esfuerzan pero se quejan de su poca habilidad manual. 2 entran y salen. 2 disfrutan sólo con mirar. Y hay una que se dedica a criticarnos a todas. Nada de lo que hacemos o decimos le parece. Me hace reír. Entre las más aplicadas hay una que parece un personaje de un cuento: de piel muy blanca, manos delicadas y pelo largo peinado como una niña, envuelta de cuello a pies en una bata levantadora roja. Como si fuera una travesura me habla en español. Dice que siempre fue su idioma favorito. Mientras corta papelitos lanza palabras al aire:

- ¡Tiburón! ¡Amor! ¡Amigo! ¡Guapa!

Yo traduzco lo que ella dice a las otras señoras que se ríen y comentan. La clase se termina. Me siento especialmente bien. Tal vez nunca hable francés a la perfección, pero al menos tengo una excusa para pasar la tarde y conversar con mis viejitas.

lunes, 14 de septiembre de 2009

El Rey Chichón

Con la cabeza coronada de chichones este rey conquista el mundo. Se sube, se baja, se lanza, se tira, rebota, llora, se queja, se ríe, canta, baila, sube los brazos, manda besos y celebra… Con el primer chichón lloré, con el segundo maldije, con el tercero compré el árnica, con el cuarto ensayé el vinagre… con el quinto no me acuerdo. Lo que un día fue una casa, es ahora un campo de entrenamiento donde buscamos como reducir hasta el más mínimo peligro, pero este pequeño monarca se las ingenia y todo se vuelve una aventura. Pregunto y como siempre me dicen que es una etapa, que no me afane, que tenga cuidado, pero que es normal. Me da tristeza, pero al mismo tiempo me sorprende como poco a poco se pega menos y disfruta más. Amor mío siempre tan fuerte. Rey de su reino. Siempre feliz a pesar de todo.

Burkina Faso

En el colegio privado me acusaban de comunista porque mi papá era profesor de una universidad pública. En la universidad pública no me bajaban de niña rica porque había estudiado en un colegio privado. Cuando trabajé con los yupis me aguantaba chistes idiotas por haber ido a una universidad pública. Cuando era profesora en una universidad privada católica, me acusaron de no tener “caridad cristiana” por pelear con un celador que no me dejaba entrar, porque no creía que alguien tan joven pudiera ser profesor. Ahora soy inmigrante en un país del primer mundo que le teme a la diferencia. Tal vez sea una extraña habilidad para estar en el lugar equivocado o simplemente soy una especie de desadaptada funcional. Estas situaciones no me hacen ni más fuerte, ni especial, ni me han dado poderes sobrenaturales. Es siempre interesante como por todo y por nada, podemos ser discriminados.

Hace unos meses conocí una mujer negra, nacida en Burkina Faso, que a los 60 años está tratando de aprender a leer. Inmigrante como yo, lava platos en un restaurante, trabajo que le permitió comprarse una motocicleta usada, con la que atraviesa 3 pueblos para venir a sus clases de alfabetización. Me saluda con cariño. Me pregunta por mi hijo y comparte mis alegrías. Ella piensa que soy una persona especial porque me gustan sus historias de un país lejano, sin costas en el mar, donde nunca tuvo una cama. Ella me tiene en buen concepto y eso es suficiente para mí.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Salir del Closet

Aunque sea demasiado tarde. Aunque haya callado. Aunque haya pecado por omisión. Aunque no le importe a nadie. Salgo del closet. Confieso abiertamente mi amor y mi compromiso incondicional con los homosexuales, con la Comunidad Homosexual o como quieran llamarse. Mi respeto absoluto. Mi adición a la lucha por la reivindicación de sus derechos y a la búsqueda de la igualdad ante la ley.

De ellos solo he recibido amor, amistad, respeto, conocimiento. A lo largo de mi vida han caminado a mi lado para soportarme, ayudarme, educarme, entenderme o consolarme. Cuando los propios me dieron la espalda tuve una familia en ellos. Un lugar donde llegar. Un plato de comida caliente. Una conversación apasionada. Un silencio cómodo.

¿Qué parte de “todos somos iguales a los ojos de Dios”, no le queda clara a los pacatos inmisericordes e intolerantes? Ignorancia inverosímil que abucheaba a dos niñas homosexuales en el colegio Leonardo Da Vinci, el homosexual más cool de la historia. Religiones engañosas que enseñan el amor y aplican el odio. Educación insípida que premia lo mediocre y castiga lo excepcional. ¿A qué le temen? Hemos leído sus libros, bailado su música, amado sus obras, enloquecido ante su genio y sucumbido a sus encantos.

Hooligans henchidos de testosterona cantan enloquecidos “We are the champions” de Fredy Mercury. Políticos reaccionarios que citan el fino cinismo de Oscar Wilde… y la lista sigue y sigue porque el amor y a quien se ame, no son problema de nadie, solo de los que aman y no definen el genio ni la inteligencia.

Salgo del closet y confieso querer y haber querido a los que me quieren y me han querido. Pido perdón por mi silencio. Por no haber hecho pública mi posición. Por no defender a los que tanto quise. Estúpidamente pensé que si caminaba en las marchas del Orgullo Gay, la gente iba a pensar que yo también era homosexual y tuve miedo. Pero qué pasa con los papás, con las mamás, con las hermanas y hermanos, con los amigos y amigas, con esos que como yo tuvimos la suerte de tener a nuestro lado personas magnificas de las que nos sentimos orgullosos. ¿Desde cuándo es un pecado, confesar el amor, la tolerancia y el respeto?

jueves, 3 de septiembre de 2009

Pedro

La monjita que me da las clases de francés, me dice que no intente ser la persona que era antes. Que me sienta orgullosa de ser lo que soy ahora y que me esfuerce por ser mejor cada día. No es fácil. Uno es lo que es, por su relación con los demás. Y acá “los demás” con los que tengo relación, son más bien pocos.

Cuando llamaba a pedir un domicilio, le decía a la señora de la tienda:

- Sí, la del bloque 5 (…) Sí, la del perrito negro (…) dos bolsas de leche y una 2 litros (…

Cuando llamaba a los amigos de mi mamá a pedirles favores y a pesar de tener más de 30 años, les decía:

- Hola, hablas con Ángela, la hija de Guadalupe.
- Angelita, ya estas grande para presentarte como la hija de Guadalupe, yo sé quién eres…

Me contestaban jocosamente, pero yo quería amarrar los perros y asegurarme de que sabían quién era yo.

Yo era (y espero seguir siéndolo a pesar de estar lejos), la sobrina, la hermana, la amiga, la vecina, la socia, la parcera, la conocida de… No siempre era Ángela, pero era alguien. La dueña del perrito, la del carro rojo, la de la oficina del segundo piso.

A veces era chévere ser yo: Frente a mi oficina se sentaba un mendigo, que tenía la costumbre de cuidarme cuando salía tarde de trabajar.

- Suba la ventana doctora. No debería salir tan tarde doctora. Cuando no le guste más ese abrigo, ¿Me lo regala doctora?
- Venga amigo, pero es que yo no soy doctora.
- Pero con severas pintas como no va ser una doctora.

Alguna vez este amigo entró a pedir limosna a un restaurantucho del sector y el dueño llamó a un policía que estaba cerca para ahuyentarlo. Yo que pasaba por ahí, pregunté qué pasaba.

- Acá el polocho que no lo deja a uno pedir tranquilo. Me la tiene montada amiga.
- Usted que va a ser amigo de la señorita.
- Claro que somos amigos señor agente. Camine Fernando almorzamos y deje tranquilos a los señores.

El mendigo se dio mañas para soltarse del policía y se vino conmigo.

- Gracias doctora.
- No, de nada amigo.
- Y yo me llamo Pedro doctora, no Fernando… pero mucha abeja, dejó mamando al polocho.
- Yo me llamo Ángela.
- Sí, yo sé doctora. Muy bacano que haya dicho que somos amigos.
- Vea Pedro, nos vemos por la mañana, nos vemos cuando salgo a almorzar, me acompaña por la noche… ¿y no me da el placer de ser su amiga? Estamos mal Pedro, estamos mal.
Pedro se alejó sonriente. Nunca dejó de esperarme a la salida de la oficina.

En este pueblo no hay Pedros, ni restaurantuchos y los policías están para otras cosas. A veces no es chévere ser yo. En este pueblo nadie me va a tratar mejor a pesar de que yo sea la amiga de Pedro.