viernes, 20 de agosto de 2010

Inventario

Ya nos sabemos de memoria Sherk 1 y 2 , Toy Story 1 y 2 y Mosters Ink. En francés. Cantamos las canciones. Repetimos los diálogos. Hemos intentado mostrarte otras cosas, pero tú gritas Cheeeeeeeeeeeeeek y no hay nada que te convenza. A pesar de que siento que mi coeficiente intelectual baja 10 puntos diarios, me siento en el sofá a verlas contigo. Tú te pones feliz y me besas el hombro sin quitar los ojos de la pantalla. Sabes perfectamente prender el televisor, el Divx y poner las películas. Gruñes como Sherk. Te lanzas a la cama como Buzz light year. Nos despiertas en la mañana como Sullivan. La abuelita no escatima en regalos y tienes los personajes de todas las películas ya sea en plástico, tela o felpa.

Aprovechando el verano hemos ido a la playa, a la piscina y a la isla que se ve desde el balcón de la casa. Estas negrito pero con las puntas del pelo rubias. Con unos flotadores anaranjados y una pantaloneta de cangrejitos nadas como un pescadito, tomas agua, la escupes, salpicas, pataleas y apenas te subimos al carro te quedas profundo.

A veces te da el ataque de Forrest Gump y corres y corres sin saber a dónde y porqué, de pronto paras y sigues jugando. Ya sabes sacar galletas de la despensa, jugos de la nevera y cuando tienes ganas de tetero me llevas uno a donde este para que te lo prepare.

Esta semana empezaste a repetir los nombres de tus hermanos y de tu papá. Te concentras y lo logras. Para ti es más difícil porque estas aprendiendo dos idiomas al mismo tiempo. Pero cuando seas grande vas a poder conversar con las 500.000.000* personas que hablan español en el mundo y con las 300.000.000* que hablan francés. Vale la pena intentarlo.

Eres grande, fuerte, sonriente, patán, terco. Sigues despertándote feliz todas las mañanas como si tuvieras los mejores planes para cada día. Eres el niño por antonomasia como dice tu abuelita. Ya no eres un bebe, pero en cambio eres un muchachito encantador.

----
* Cifras de Wikipedia.

jueves, 19 de agosto de 2010

Acto de contrición

Gracias a un mail que recibí esta semana he comprendido que soy una persona intolerante. Por mi pecado pido perdón. Pero como todos los intolerantes mi falta tiene origen en la ignorancia. Años y años de hablar del primer mundo y sus maravillas. Documentales de Transtel que me mostraban una parte del mundo perfecta y organizada. Cuantas películas del valor de La Resistencia frente a la invasión Nazi. ¿Cómo podía yo imaginarlo? ¿Acaso los amigos y parientes que ahorraban toda su vida para conocer Europa, alguna vez me dijeron la verdad? ¿Acaso la Alianza Francesa de Bogotá me mostró algo distinto a una postal de Paris lleno de magia donde todos se enamoran?

No. Pero eso no me justifica. Debo enmendar mi error. En adelante seré tolerante y comprensiva. Dejaré de quejarme. Lo prometo. Cuando me reclamen cómo puede ser posible que haya un país sin estaciones, daré generosa mis conocimientos en geografía. Cuando me pregunten si en mi país conocen de computadores, cajeros automáticos, semáforos, teléfonos portables, internet… pacientemente explicaré conceptos como la globalización, la economía de mercados o el comercio internacional.

Cuando me reclamen porque me gusta Frank Sinatra a pesar de no ser colombiano, amablemente expondré que existen personas que pueden reconocer la belleza en culturas diferentes a la propia. O cuando me miren de forma sospechosa al saber que fui a la universidad, estoicamente confesaré que incluso tenemos hospitales, centros comerciales y edificios con ascensor.

Tengo que ser paciente. ¿Cómo iba yo a saber que esta gente es… como toda la gente? Víctimas del devenir histórico. ¿Qué culpa tienen ellos de ser los niños ricos del mundo? ¿De no haber visto sino riqueza y abundancia? ¿De haber sido educados para sufrir de un complejo de superioridad que no les permite ver al resto de la humanidad como iguales? ¿No son acaso nuestros mismos problemas pero al revés? ¿Qué culpa tenemos nosotros de ser los niños pobres del mundo? ¿De no haber visto sino pobreza y corrupción? ¿De haber sido educados para sufrir de un complejo de inferioridad que no nos hace ver al resto de la humanidad como superiores?

Aprenderé a ser tolerante con su intolerancia. Los veré como iguales. No me asombraré de su ignorancia. Pondré su cultura al nivel la nuestra. Querré a los que me quieran y no me la dejaré montar de los que me traten mal. Eso sí, no dejaré de escribir sobre ellos y sobre nosotros, porque una cosa es ser tolerante y otra muy distinta es renunciar al infinito placer de criticar.

lunes, 16 de agosto de 2010

Lasagna

Lasagna no. Por favor. Si usted no sabe cocinar, si no le gusta, si está aprendiendo. Por favor. No haga lasagna. Mucho menos si tiene invitados. Si le toca leer la receta. Si no sabe hacer otros tipos de pasta. No por favor. Aunque parece fácil es una de las recetas que pueden ser un desastre al más mínimo error. Las salsas deben ser jugosas, la pasta debe estar al dente y el horneado debe dorar la superficie y calentar el interior. Si su relación con dicho electrodoméstico no es un idilio. Lasagna no por favor.

En lo más oscuro de mis recuerdos navegan 3 lasagnas. Asquerosas. Quemadas, pero crudas, pero frías. La primera era de pollo. Pálida. Lánguida. Mientras la servía la cocinera en mención decía: “No quedó así como en pisos. No mijita es que a mí en la casa me educaron pa’ ejecutiva, no pa’ coima. Es que una no se puede quedar de cocinera". El error era simple a los ojos de alguien que no piensa en la cocina como una cámara de tortura. Luego de cocinar la pasta, hay que sacarle el agua. Para que quede en capas, hay que componerlas delicadamente intercalando pasta y salsas. Las capas no se hacen solas, por más que la caja diga que cualquiera puede hacerlo y que todo estará listo en 5 minutos.

La segunda. Se me pone la piel de gallina de sólo recordarla. La señora de la casa le dijo a su empleada del servicio que hiciera una lasagna. Que ella la calentaba. Era de carne. Al verla seca, la anfitriona le hecho agua. Dos tazas. La metió al horno mientras comentaba: “La remodelación nos costó un ojo de la cara, no te imaginas. Yo siempre quise una cocina así con todos los juguetes, aunque te confieso que no se para que sirven ni la mitad de las cosas”. Prendió el horno sólo en la parte superior. Quemada por encima y fría por debajo nadaba en el agua. El pan francés me ayudó a recoger el agua y logré comerme lo que pretendía ser la salsa de carne sin vomitar.

La tercera. Hace una semana. Placas tectónicas de pasta cruda. Como comerse un baldosín. Salsa bolognesa sin tomate y sin jugo. A su favor tenía que era poquita y que teníamos helado y duraznos enlatados de postre. La hizo mi suegra como un favor para que yo descansara. “¿En Colombia conocen la lasagna?”. (¿La electricidad, los cajeros automáticos, la imprenta, la rueda...?). Los niños de mi esposo prometieron poner la mesa y bajar la basura si en la noche yo hacía la comida.

La excepción. A mi mamá no le mata cocinar. No le gusta. Pero mi mamá hace la mejor lasagna. Combinación perfecta de una bolognesa jugosa y una bechamel de queso, que se acomodan felizmente entre capas de pasta al dente. Bordes dorados. Gratinada por encima. Caliente por dentro. Perfecta. Abundante. Deliciosa. “¿En Colombia conocen la lasagna?”. Si. La buena lasagna, si.

martes, 10 de agosto de 2010

En español

De cumpleaños mi amigo Andrés me mando un libro desde Madrid. En español para más señas. De uno de mis autores favoritos para mayor mérito. Yo cumplo años en marzo, pero guardé el libro para el verano. Para las vacaciones. Con un hijo de dos años, dos hijastros itinerantes y un esposo, las vacaciones no son precisamente para descansar. Pero a veces, hay momentos, lapsos increíbles de 15 o 20 minutos, pequeños recesos después del almuerzo, instantes minúsculos en que saco mi libro y leo. En español. No es que yo no lea en francés, lo hago e incluso me obligo a hacerlo pensando en el día en que mi niño vaya al colegio. Pero no es un placer. En cambio, con este regalo me sumerjo, nado, me pierdo. Es un libro escrito en primera persona por un hombre que está loco, donde los saltos en su conciencia y su falta de atención no dejan ver lo que sucede realmente, solo el reflejo absurdo de lo que interpreta. Voy en la mitad. Quisiera que fuera más largo. También quisiera quedarme una tarde entera leyéndolo. Pero nadie puede tenerlo todo. Yo tengo el libro en español para los minutos de paz que me deja el verano. No puedo pedir más.