viernes, 26 de noviembre de 2010

Síndrome de Mary Poppins

La mayor parte del tiempo sufro del Síndrome de Mary Poppins. Extraña enfermedad que me hace verle el lado bueno a las personas malas, el lado simpático a las situaciones, el lado positivo a las catástrofes. Entre los múltiples síntomas están la posibilidad de reírse y llorar al mismo tiempo y las respuestas sistemáticas como: “no es tan grave”, o “la próxima vez nos irá mejor”. La gente piensa que soy una persona positiva y con una gran capacidad de análisis, pero lo que no saben es que he desarrollado esta sofisticada enfermedad como mecanismo de defensa contra el fracaso y la desilusión.

Pero lo más extraño de este síndrome, es que a veces desaparece: no puedo verle el lado bueno a los malos, todas las situaciones me parecen catástrofes, repito frases en futuro definitivo como: “hasta aquí llegamos”, o “no doy mas”. Las personas que entran en contacto conmigo en estos periodos, piensan que soy negativa y melodramática. Que solo veo lo que quiero ver. Que soy una neurótica - quejumbrosa.

Hace 19 días Mary Poppins se bajó del bus y me dejó sola. Esta es la razón por la que hace 19 días no escribo. Todo lo que digo o pienso es gris. Estoy triste y desilusionada. Es posible que sea el invierno, la cercanía a la navidad y la lejanía de los que quiero. Es posible que Mary Poppins se haya dado por vencida después de meses en los que no hemos parado de luchar. La pobre ha tenido un año muy duro. No la puedo culpar.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Consuelo

Yo conocí al que hoy es mi esposo a los 30 años. Lo que quiere decir que entre los 20 y los 30 me dediqué a amargarme la vida entre relaciones insatisfactorias y el auto flagelo por ser soltera. Al mismo tiempo, para entretenerme, mientras finalmente alguien se casaba conmigo, fui a la universidad, trabajé, viajé, compre todos y cada uno de mis caprichos, rumbié, leí, conocí gente fantástica y fui a cine casi una vez por semana. Pero después del segundo trago ya estaba triste de no haber encontrado el amor de mi vida. Además me las ingeniaba para tener amores platónicos inalcanzables, con tan mala suerte que a veces me “paraban bolas” y yo salía corriendo.

A mi esposo lo conocí en extrañas circunstancias a tres meses de irse de Colombia para siempre. Y yo, amante del drama, sufría por ese amor imposible. Ajá. Este mes cumplimos 7 años de tan fatídico suceso, que nos trajo un niño al que adoramos, miles de recuerdos y aventuras, una economía restringida y un matrimonio normal. Y en este momento mis amigas solteras suspiran y dicen: ¡Nooo divinoooooo! Y mis amigas casadas: Ajá.

Ajá. Si las solteras supieran que las casadas se la pasan imaginándose la vida si se divorciaran, si no se hubieran casado, si el esposo se fuera de viaje un mes. Aunque fuera un mes. Cuando les cuento a mis amigas solteras que mi esposo se va de misión 3 meses, me consuelan. Mis amigas casadas me dicen: ¿En serio? Deli!!!!

Hace unos días mi esposo me dio la mano mientras se dormía, luego me dijo que aprovechaba que ese día lo estaba queriendo, porque últimamente había días que no lo quería. Yo me quedé pensando y le dije que últimamente había días que no me quería ni a mi misma. Que en el fondo de mi corazón lo quería siempre, pero que a veces sería más fácil no quererlo tanto.

Porque lo que se les olvida a las solteras, es que si hoy se levantan con ganas de irse de paseo, lo hacen, sin negociar, sin preguntar, con alguna amiga igual de desparchada. Cuando uno se casa y además tiene niños, tiene que inventar toda una logística para hacer eso que uno quiere y no cuando quiere, sino cuando puede.

Alguna vez por televisión mostraban un matrimonio gay entre dos mujeres y el pastor decía que uno no se enamoraba para toda la vida, que el amor era una decisión de cada día. Nada más cierto.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

P.O.P.

Hace muchos pero muchos años, cuando aún estaba en la universidad conseguí un trabajo en una multinacional de tecnología como “channel marketing”. A pesar del caché que me daba el nombre, mi trabajo consistía en organizar la bodega del material P.O.P. (Material Punto de Venta, en inglés Point-of-Purchase) y distribuirlo. 400m2, de cosas que cinco minutos después de ser entregadas a los posibles clientes irían a la caneca. Botones, botoncitos, cartones, esferitos con tinta para tres palabras, llaveros, almanaques, afiches, muñequitos, linternas, clips, camisetas, etc., etc. Mi trabajo era organizarlo para luego distribuirlo. Pero para distribuirlo tenía que tener la aprobación de 3 personas sentadas en los cubículos que colindaban con el mío, que al no saber hablar correctamente el inglés, lo mezclaban con el español, lo que les daba ese aire de “gente de mundo – del tercer mundo”.  La muchacha del cubículo de la derecha estaba enamorada del señor casado del cubículo de la izquierda y sus decisiones dependían de lo que él dijera. Él a su vez era adicto a los antiácidos y sus mejores momentos eran los que estuvieran alejados de las horas de digestión. En el tercer cubículo había una señorita que sufría de serlo y que a los 45 años seguía pensando que la minifalda la habían inventado pensando en ella. Las aprobaciones eran periplos interminables en los que nunca logré sincronizar la digestión, con el amor platónico, con la minifalda. Pero el tiempo pasaba y el material P.O.P. perdía vigencia, entonces cajas llenas de cosas debían archivarse porque no podían ni reciclarse, ni regalarse, ni destruirse. Pero dado que era una multinacional  y que las decisiones estrategicas estaban dictadas por algún señor en Malasia o en Nueva York, cada semana llegaban nuevos conteirnes de material P.O.P. hecho en China, que deberían luego archivarse porque la aprobación dependía de la digestión, la traga y la minifalda.  A veces, cuando estaba cercana la fecha de presentar los indicadores de gestión, un aprobación aparecía de la nada y yo feliz, llenaba mi Fiat 147 amarillo y me iba a entregar el material a los distribuidores. Desafortunadamente nunca hubo sincronía entre la promoción que salía por televisión y el material que yo debía entregar y los distribuidores rechazaban la entrega. Pero  no tenía derecho a devolver el material a la bodega porque había sido aprobado. Yo renuncié un lunes. El viernes anterior me fui a la universidad con mi carro lleno de camisetas. En el prado que había frente al edificio se jugaba la copa “La Amistad”, que reunía los equipos de futbol de diferentes facultades. Me acuerdo que saque las camisetas de baúl y que le di “uniformes” a casi todos los equipos.  Luego me senté a ver el partido. De las 1200 camisetas solo 60 fueron a parar en las manos de alguien que las usaría.

El material P.O.P. es una industria en la que el 99% de lo que se produce, nace siendo basura. Cosas que se botan luego de que se reciben, que no sirven para nada, que sufren del mal gusto de tener una marca impresa la cual no tiene relación con su utilidad o su origen. Muchos de ellos cuentan con baterías que nadie tiene el cuidado de reciclar. Las cantidades son enormes. Los presupuestos ridículos. Al no tener argumentos para vender los productos por si mismos, la leyes de la publicidad indican dar un regalo insulso para “posicionar la marca”. No importan las montañas de basura que se genere, la contaminación, el uso de los recursos del planeta y el gasto de energía.

Al graduarme prometí no trabajar nunca más en multinacionales, ni dejar que mi vida dependiera de personas atrapadas en cubículos. Ingenua. Sobre todo ahora que a estas condiciones le sumo la conciencia ecológica. Dos veces ingenua.