lunes, 21 de diciembre de 2009

Gracias

Si alguien lee los primeros post publicados en este blog, se dará cuenta que yo empecé a escribir porque sentía que me estaba desapareciendo. El hecho de no ser ni francesa, ni árabe y de vivir en un pueblito muy elegante del sur de Francia, me dio la sensación de haberme vuelto transparente, invisible. Aislada en medio de la gente, sin hablar la lengua, sin amigos, habiendo dejado todo y a todos, sólo tenía a mi esposo que constantemente esta en misiones de entre una semana y tres meses. También tenía un bebé para cuidar, al que debía procurarle una vida feliz. Entonces para existir, para dejar un registro de mi experiencia y una prueba de mi existencia, empecé a escribir semana tras semana. Les mande enlaces a algunos familiares y amigos buscando consuelo. Le mandé los textos a mi mamá para que me corrigiera la ortografía. Y dado que el blog esta en internet hubo gente que me encontró por azar. Entre ellos hubo personas que se tomaron el trabajo de escribirme, que me mandaron comentarios, críticas, palabras de aliento. Sin saberlo esas personas han sido como un cable a tierra. A esas personas les debo mucho. Esos mensajes son mi tesoro. Esas personas saben que yo no desaparecí, que solo cambié. Que no soy la misma, pero que sigo igual.

Yo no soy una escritora. No soy coherente. Me contradigo. “Así como digo una cosa digo otra”, como sentencia sabiamente la Chimoltrufia. Pero escribir organiza mis ideas y descongestiona mi alma. Y afortunadamente existe gente que lee lo que escribe mi corazón a pesar de que no sea un experto en sintaxis o gramática. A todos ellos muchas gracias.

viernes, 11 de diciembre de 2009

La heredera

Nadie se merece una herencia. O al menos no se la merece tanto como cree. No la trabajó, no la ahorró, simplemente la esperó o le llegó porque alguien más desapareció. Había una publicidad que decía que si usted no viaja en primera clase pudiendo hacerlo, sus herederos lo harían. El problema de no saber cuándo se muere uno, hace que guarde o ahorre inútilmente unos recursos que debió disfrutar. Por el contrario, entre mejores sean esos recursos más contentos estarán sus parientes cercanos de cualquier falla en su salud o de las posibilidades de un accidente. Cuanto hijo indigno aparece llorando a reclamar su pedazo de la casa, la lámpara de la sala y el espejo de la entrada, a pesar de no haber movido un dedo los últimos 20 años por su anciana madre. Las herencias como todo lo que tiene que ver con dinero, tienen un lado oscuro, una historia, un pasado.

Yo he recibido una extraña herencia: el 50% de un divorcio. Un montón de muebles de pino. Con lo lindos que son los pinos en las postales de Los Alpes, o en las tarjetas de navidad, ¿Porqué vienen a invadirme a mí que nunca tuve la intención de cortarlos?. También heredé montañas de sabanas, toallas y limpiones viejos, que han desaparecido misteriosamente, cada vez que hay promociones de lencería y ropa de hogar en Carrefour. La mitad de una vajilla azul y amarilla de pésima calidad que se rompe cuando toca el piso con el más mínimo impulso. Un juego de copas de cristal que no me hace feliz, pero que no me incomoda. Unos cubiertos de mango azul plástico, que se confunden con la comida y van a parar a la caneca al menor descuido. Una docena de electrodomésticos tipo waflera, sanduchera, crepera, que dado su buen estado, no me producen ni frio ni calor. Pero también lo heredé a él. La máquina del diablo como le dice mi esposo. Un ayudante de cocina con más de 50 accesorios. Algún día buscando si entre todas esas cajas había una licuadora para hacer jugo lo encontré en su empaque original. Nuevo. Sin abrir. Incluía la licuadora así que lo saque y preparé un jugo de banano con mandarina. El que hoy es mi esposo que en esa época era mi novio, saltó como una fiera a la cocina a ver qué era lo que sonaba, y me encontró con las manos en el ayudante. Si el ayudante hubiera sido un muchacho buenmozo de 20 años, no se habría puesto tan furioso. Me dijo que era una máquina carísima y delicadísima. Que tuviera cuidado de no dañarla. Y dicho y hecho, yo seguí experimentando con tan mala suerte que le puse mal una de las 50 piezas y sonó un ruido horrible que evidenció que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Segunda vaciada. Y así sucesivamente. Un día con juicio saqué el manual y aprendí todas y cada una de las funciones. Pero cada vez que lo usaba mi esposo se ponía insoportable. Le pregunté a mi cuñada si sabía la historia del señor Moulinex. Haberlo sabido. Fue el último regalo de mi suegra a la anterior esposa de mi esposo, con una nota: “Para que aprendas a cocinar”. Sutil y a la yugular como todas las cosas entre suegras y nueras. Después de 10 años de comer todos los fines de semana en su casa, le regala algo a ver si por fin aprende. Encantadora como siempre.

Como buena herencia yo lo disfruto sin merecerlo. Ya casi lo domestico. Ya sé hacer papas y platanitos en chips. He hecho tortas de zanahoria y de espinaca. Toda clase de ponqués, tortas y masitas. Jugos y sorbetes. Guisos, salsas y picadillos. Lo uso como licuadora, como batidora y como picadora y sé que hay otras utilidades que aun no he ensayado. Pero siempre que lo uso pienso que nadie sabe para quien trabaja, o como un regalo que era para amargarle la vida a unos, termina facilitandole la vida a otros.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Dos mundos

Existen dos mundos. Un mundo de los que tenemos niños y un mundo de los que no los tienen. No teniendo suficiente con la montaña de clasificaciones que han encajado mi vida – para bien y para mal – ahora disfruto y sufro la de ser mamá de un niño de menos de dos años. Mezcla perversa entre sufrir el apartheid y pertenecer a un club social. Mientras los amigos solteros comentan: “La hemos perdido, ya no es la que solía ser!”, las amigas-mamás sentencian : “Así te quería ver, pendeja!.”

Mientras a los amigos solteros la navidad y el final del año, les da permiso de deprimirse y/o emborracharse y/o cuestionar el sentido de sus vidas, los que tenemos niños, no tenemos ni permiso ni tiempo de deprimirnos ni de cuestionar nada diferente a armar el árbol, comprar los regalos, organizar las celebraciones, pasear por las iluminaciones… Los solteros se auto regalaran el último teléfono, el último computador, lo más top, lo más cool… Los que tenemos niños si la suerte nos acompaña recibiremos un saco, de alguien que se apiadó de nosotros, pero tendremos la ilusión de la llegada del Niño Dios o del Papa Noel, según sea el hemisferio. Comprar juguetes con la excusa de que son para nuestros hijos es uno de los nuevos placeres de los que no nos avergonzamos, aunque muchas veces la selección se acomode más al gusto del niño que dejamos atrás, que al del que tenemos en frente.

En el pasado mi refugio era algún café snob con terraza donde me sorbía un capuchino con el palito de revolver y me fumaba un Kool Light. Ahora lo es cualquier Mc Donals, reino de las mamás con niños pequeños, chillones, gritones e hiperactivos. Refugio de los papas divorciados que recurren, sabiamente, a llevar a sus hijos itinerantes a un lugar donde eso que no se van a comer y que parcialmente se van a untar, no es tan costoso y viene acompañado de un juguete que compensa la baja calidad nutricional de lo que botan a la caneca. Bendito sea el piso pegachento donde un reguero más no es el fin del mundo. Qué me importa a mi quedar con hambre después de ingerir la caricatura de una hamburquesa, si tengo un sitio donde cambiar el pañal, lavarme las manos, hacer pipi y dejar al chino nadar en una piscina de bolas plásticas babosas.

Ahora me paso la vida buscando un buen parque, me gasto la mitad de mis ingresos en vueltas de carrusel, hago careoke con Los Canticuentos… Cuando encuentro a mis iguales intercambio datos representativos como: ¿Cuántos meses tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Ya pasa la noche derecho? Doy consejos, comparto recetas, pregunto donde consiguieron ese abrigo tan chusco y en invierno salir sin gorrito: ¡Jamás!

Recuerdo ese otro mundo en el que uno podía dedicarle el sábado a la peluquería, a hacerse las uñas, a medirse blujeanes, brasieres, zapatos. Noches de rumba. Tardes de siquiatra. Algo me falta, pero no sé que es. Qué desparche. Tengo que cambiar de celular porque mira, se le rayó la pantalla. El celular que tengo ahora es el juguete favorito de mi hijo y se le borraron los números un día tratando de quitarle un pegote de compota.

En este mundo soy la mamá. En este mundo no busco consuelo, lo doy. El centro del universo se desplazó y llora en mis brazos cuando el vecino lo asusta con el ruido del taladro. En este mundo el final del año no me hace preguntarme sobre el sentido de la vida, solo trato de mostrarle a alguien más que la vida vale la pena.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Bogotá

Déjame deambular en Bogotá. Déjame perderme. Que un atardecer anaranjado me exprima el alma y que una noche fría me reúna con mis amigos a repetir las mismas historias de siempre.

Déjame perder el tiempo entre trancones infinitos. Comprar un cigarrillo en el semáforo y fumármelo camino a la casa. Regatear con el vendedor de los aguacates, preguntar cuál es el pan que está más fresco, quedar pegajosa de azúcar de roscón.

Quiero estar entre el ruido, el todo a mil, pague dos y lleve 3, vallenato ventiao, repuesto para la olla exprés, botella, papel, donde el regalaron el pase, pilas pirobo, chao mamita, quien pidió pollo.

Andenes en donde nunca pisé la línea. Plazas de mercado multicolores. La pobreza. El lujo. La miseria. La belleza. La tragedia. El desorden. Déjame comprar todo lo que no necesito en una miscelánea. Drogarme con el olor a pegante de una remontadora. Hacer mercado en la plaza y almorzar en algún restaurante snob. Ropa interior del Only y chaqueta del Centro Andino.

Déjame disfrutar de los niños que ganan el premio de montaña de la ciclovía. Familias que comen oblea después de misa. Chicharrones colgados de un gancho. Dosis personales de lechona en tenedores blancos. Mujeres que educan familias haciendo empanadas.

Deja que Bogotá me rompa el corazón como lo ha hecho tantas veces. Que llore mis muertos y mis ausentes. Déjame vociferar, maldecir, gritar, reírme a carcajadas. Tener fe en el futuro. Déjame volver.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Criticones Ánónimos

Hola, me llamo Ángela y soy una criticona.- Hola Ángela. – Contestarían los otros participantes de la reunión de Criticones Anónimos.- Llevo 16 días sin criticar a nadie. - Tímidos aplausos felicitarían mi esfuerzo.Porque siempre he sido una criticona. No soy la única. Sé que muchos disfrutamos del placer de armar y desarmar la vida de los otros, cómo se visten, cómo piensan, lo que compran. Ante la imposibilidad de ver objetivamente nuestras carencias, nos dedicamos a la deconstrucción de las de los otros con la ayuda de nuestra lengua viperina. Pero a veces no hace falta ir a las reuniones de Criticones Anónimos. El destino hace la vuelta. Nos hace comer una a una nuestras palabras. Nos muestra cómo siempre existe la posibilidad de estar equivocados. Cómo el chauvinismo y la prepotencia se pagan en módicas cuotas. Hasta aquí pareque que me hubiera intoxicado con un libro de autoayuda escrito por Og Mandino. Qué horror. ¿A qué se debería el repentino acto de contricción?. Tanta humildad parece sospechosa.

Hace 4 días el niño supo cómo abrir la puerta del baño (o tal vez yo la dejé abierta), abrió la llave de la tina, sacó la ducha extensible y minutos más tarde bailaba emparamado en el corredor de un apartamento prácticamente inundado. Hice todo lo que tenía que hacer, sequé, exprimí, escurrí, recogí, colgué… después de una hora de oficio adicional vi mi reflejo en el espejo. Me acordé de todos los comentarios intolerantes y ridículos que osaba expresar cuando veía a primas, amigas y vecinas, pasando trabajos con sus niños pequeños. Las teorías sobre la educación y cómo sería yo de mamá, que me atrevía a profesar cuando veía muchachitos haciendo pataletas en los supermercados. Las críticas idiotas de cómo las que se vuelven mamás viven desgualetadas. Y me comí todas y cada una de mis sandeces mientras metía las toallas en la lavadora incapaz de escurrirlas más. Luego me senté en el sofá con el niño, lo abracé, le dije que no me volviera el apartamento una piscina, él me abrazó también, suspiró y dijo: ma-ma.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Bendición

Dios me premió con un hombre al que no le gusta el fútbol. Temiendo un accidente su mamá le prohibió a él y a sus hermanos cualquier deporte de contacto. Al cumplir 18 años, todos se dedicaron a los deportes extremos y mi esposo adora lanzarse en paracaídas y volar en parapente. A veces, cuando vamos de picnic a la playa intentan él y sus hermanos jugar fútbol con los niños. Familia de troncos. Todos tienen dos pies izquierdos. Y si bien a veces hacen el ridículo cuando niños de otras familias se unen a los equipos, es una bendición que no les guste el fútbol. Si hay partido en la televisión, ellos pasan el canal sin inmutarse. No lloran cuando pierde Francia o algún equipo local. No son fanáticos idiotas tratando de romperle hasta el último hueso a los hinchas del equipo contrario. No se escapan los domingos para ir al estadio. No apuestan. No besan camisetas. No odian a los dirigentes de los equipos y las ligas, porque no tienen ni idea que los equipos y las ligas tienen dirigentes. No discuten horas enteras si era mejor Pelé que Maradona. Que si el toque toque, que si el pase-gol, “si me estima, si me estima”, “pásela guevón que yo estoy solo”, “ese juez esta comprado”, “no, esta vez tampoco fuimos al Mundial”. Nada. Dios me premió con un hombre al que no le gusta el fútbol. Gracias. Amén.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Otoño subversivo

En el otoño los días son atardeceres de 12 horas. No ha hecho tanto frio como se esperaba. Salgo de la clase de francés. Sigue siendo para mí la caricatura de un idioma, pero me gusta. Pongo un cd que me mandó un amigo de mi mamá, marcado con flumaster: “Mis MP3 favoritos”. Es el crossover más despiadado que he oído jamás. Pasa sin compasión de O sole mio, en la versión de Luciano Pavaroti, a Echao pa lante de Joe Arroyo. Canción 54. Yerberito Moderno, en la primera versión de Celia Cruz. Le subo el volumen. Le subo más el volumen. Como un acto subversivo bajo la ventana. Y Celia canta. Se oye el rumor de un pregonar que dice así: el yerberito llegó, llegó. Los niños juegan sobre montañas de hojas secas. Traigo yerba santa pa' la garganta. Traigo keisimon pa' la hinchazón. El semáforo esta en rojo. En amarillo. En verde. Traigo abrecaminos pa' tu destino. Traigo la ruda pa' el que estornuda. Cinco mujeres árabes recogen tres decenas de niños a la salida del colegio. También traigo albahaca pa' la gente flaca, el apasote para los brotes. Alguien hornea una torta de manzana que impregna el aire. El vetiver para el que no ve y con esa yerba se casa usted. Pueblito de Lego en el que todo es como debería ser. Yerberooo. Un hombre anciano me mira expresando descontento. Pero yo traigo yerba santa pa' la garganta y con esa yerba se casa usted. Niñas vestidas de mujeres que besan niños que no tienen afán de ser hombres. Ay pero yo traigo la ruda pa'l que estornuda y con esa yerba se casa usted. Casas preciosas en las que no vive nadie. Pero yo traigo el apasote para los brotes y con esa yerba se casa usted. Ancianatos de lujo. Oye yo traigo keisimon pa'la hinchazón y con esta yerba se casa usted. Farmacias magnificas para placer de vanidosos e hipocondriacos. Y con esa yerba se casa usted. Eh que mi yerbero moderno, yerbero moderno. Pueblito perfecto. Tan bonito. Tan ajeno. Oye yo traigo yerba santa pa'la garganta y con esa yerba se casa usted. Otoño con sabor a sopa de ahuyama. Pero yo traigo el apasote para los brotes y con esa yerba se casa usted. Otoño que me hace pensar en Bogotá y en las ganas infinitas de tomar onces de chocolate y huevos pericos. Mira yo traigo el vetiver para el que no ve y con esta yerba se casa usted. Pueblito de postal donde nunca cantó Celia. Hasta hoy.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Colombianita interior

Patacones con queso Boursan a las finas hierbas. Aunque los plátanos verdes me cuesten 7 euros el kilo. Integrarse no es comerse el queso con el vino que toca según el código francés - que no está escrito en ninguna parte -. Es conocer el quesito y comérselo como a uno le dé la gana. Es hacer guiso con queso Emmental. Es armar las empanadas con pâte feuilletée. Integrarse no es cambiar: es aprender. Nunca he sido tan colombiana como desde que vivo en Francia. Nunca antes me fue tan útil el sentido común, la simpatía y la capacidad de “hacer la vuelta” como ahora. Y no es que yo fuera la persona más simpática y la verdad siempre fui bastante inútil y eran otros los que hacían la vuelta por mí. Pero hoy la es misión aprender. Todo. Lo inútil. Lo simple. Lo importante. Aunque muchas veces lo inútil, lo simple y lo importante sea todo lo contrario a lo que yo pienso. Los europeos no son más sofisticados, son sólo más aburridos. Como niño rico que se respete nada es suficiente y todo está mal. Aunque tengan en exceso y las cosas estén bien. Por eso para ser feliz, yo aprendo, escucho, tomo nota. Mientras ellos se quejan yo disfruto. Mientras a ellos les parece poco, yo aprovecho. Colombia no es pasión como dijo el publicista gringo que cobró millones por una falsa obviedad. Y no es que se me haya ocurrido un slogan mejor. Yo solo sé que esa colombiana que habita en mí, que aprende todo y que no cambia, ha sido la mejor compañía desde que vivo lejos.

Promoción

- Quiero verificar con usted que mi esposa no va a tener problemas para reclamar la promoción. Yo se que ustedes a veces hacen más difícil este trámite a las personas que son extranjeras.
- No señor Blanc, no se preocupe. Además su esposa no parece extranjera. A simple vista se ve normal.

El gatito es un animal.

Cuando tenía 7 años, el Niño Dios, nos trajo a mi hermano y a mí la enciclopedia: El mundo de los niños. Nuestros papás acuciosos forraron cada tomo en un plástico transparente para proteger los libros. Mi hermano y yo nos sentábamos tardes enteras a mirarlos, leerlos y releerlos. A veces mientras repetíamos el tomo 5 llamado Los Aninales, peleábamos por quién debía pasar la página 209, que tenía la foto de la serpiente de cristal. Le teníamos terror.

Mientras esperaba a mi niño, mi mamá me mandó por barco la enciclopedia. Mi esposo subió la caja sin saber qué era y quedó atónito cuando la abrimos. No podía creer que alguien mandara una enciclopedia vieja a través del mar. Le expliqué qué era y lo que representaba. No pude explicarle lo que sentí cuando la vi, acá, en el mundo paralelo que es nuestra vida. Aún no puedo explicármelo a mí misma.

Mi niño ya tiene 17 meses, casi 18. Edad llena de emociones fuertes como subirse, bajarse, atravesar, esconder, encontrar, inspeccionar, investigar, reírse a carcajadas para luego gritar y finalmente llorar. Después de una de sus aventuras y mientras lo consolaba del nuevo chichón en su frente, decidí mostrarle el tomo 5, el de los animales. Sentados en el piso llegamos a la página 7: “El gatito es un animal”. Un dibujo de un gatico maullando llena la página. Para hacer la experiencia aún más interactiva hago mi mejor imitación. El niño queda extasiado. Paso la página. Llora. Volvemos a la página 7. “ete”. “miaooouuuuu”. Pasamos la página. “no”. “ete”. “miaooouuuuu”. Pasamos la página. “no”. “ete”. “miaooouuuuu”. Pasamos la página. “no”. “ete”. “miaooouuuuu”. 20 minutos de gatico e imitación de maullido. Casi 30 años después paso de nuevo la tarde con El mundo de los niños. La diferencia es que ahora vivo al otro lado del mar.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El infierno

Su abuela nunca podrá perdonarle haber escogido la religión de su mamá. La anciana lo había intentado todo. La había encerrado sin que otros se dieran cuenta a contarle las parábolas del nuevo testamento. La había hecho recitar los 7 pecados capitales. También las virtudes teologales. Todo lo que la dejaba recordar su mente aturdida por los años y el alcohol. Al nacer la niña la abuela hizo prometer a su hijo que la dejaría escoger su religión cuando llegara el momento, tratando de conseguir el tiempo para traerla a su equipo. Pero ella que vivía con su mamá nunca entendió una palabra de lo que la anciana decía. Al momento de escoger prefirió eso que había vivido en el ejemplo y no en la catequesis codificada de la mujer. Los miembros de la familia temiendo la reacción de la matrona, escondieron la decisión de la niña. Pero fue inútil. Enfurecida la abuela le reclamó, le explicó, le ordenó, le cuestionó y en la desesperación la amenazó con el infierno. La niña angustiada vino a buscarme a la cocina.

- ¿Tú sabes qué es el infierno?
- Si. Es un lugar que se inventaron los adultos para asustar a los niños cuando no hacen lo que ellos quieren.
- ¿Pero existe o no existe?
- No existe.
- ¿Entonces, cuando me muera no voy a ir allá?
- No.
- ¿Entonces, por qué mi abuela me dice que me voy a ir al infierno?
- Porque tal vez ella viva en él.
- No entiendo.
- No te preocupes.
- ¿Y el cielo?
- Ese si existe.
- ¿Y cuando me muera me voy a ir allá?
- No sé. Yo solo sé que cuando tienes mucho amor en tu corazón y quieres a la gente que te rodea, la vida se parece más al cielo que al infierno.
- ¿Y cuando mi abuela se muera a dónde va a ir?
- No sé.
- ¿Qué vamos a almorzar?
- Spaguetti Bolognesa.
- Mmm delicioso. ¿Y cuando yo…?
- No sé mi amor, no sé. Por el momento ayúdame a poner la mesa.
- ¿En el cielo comen spaguetti bolognesa?
- No sé, pero eso espero…
- Sí, yo también.

domingo, 25 de octubre de 2009

Café y mouse de chocolate

Hace una semana nos expulsaron de un restaurante a mi esposo, a mi niño y a mí. Nos sacaron. Nos echaron. No paguen, va por nuestra cuenta, pero váyanse. Pararse, ponerse la chaqueta y agarrar al niño. Irse como un miserable. La gente nos mira. Maldito coche que se enreda en todo. Mi esposo está pálido. Yo escucho todo como entre una bolsa porque tengo el corazón tan agitado que me falta el aire. Era la celebración de nuestro aniversario. Como no estamos legalmente casados, celebramos el primer día que nos vimos y la locura furiosa que vino después. Salimos. En el andén terminamos de arreglarnos, ponemos al niño en el coche. Me da tanta tristeza ver a mi esposo descompuesto, que hago un esfuerzo:

- Finalmente nos salió gratis. Ven te invito a un café y al postre.

Encontramos una pastelería y ahogamos el mal momento entre café y mouse de chocolate. En una iglesia que queda en frente, se celebra un matrimonio. Una corte de mujeres ataviadas a la usanza provenzal espera a los novios, adentro una gaita irlandesa, extraña mezcla, que se vuelve aún más exótica cuando empiezan a salir invitados asiáticos y franceses. Novia francesa. Novio asiático. Pétalos de flores en el aire. Música de flautas dulces. Fotos y más fotos de propios y extraños.

En teoría este es el país de la liberté, la égalité, y la fraternité. Acá se escribió la déclaration universelle des droits de l'homme. Ese es el país teórico. En el otro, en el práctico, el dueño de un restaurante nos expulsa porque le molestan los niños. No perderé el tiempo poniendo una queja. No es la primera vez y no nos pasa sólo a nosotros.

Antonio

Con motivo del lanzamiento en francés de su libro: Sin Remedio (Un mal sans remède), entrevistaron esta semana por televisión a Antonio Caballero. Lo presentaron con toda deferencia y elegancia. Luego hicieron una reseña en la que un periodista explicaba con emoción quien era y lo que representaba. Acto seguido la entrevista en estudio. No, que emoción. Cuenta, explica, responde y hace uno de esos comentarios de los que él no se ríe, pero que hacen que los demás se rían a pesar de su profunda oscuridad. No, que emoción. Y yo a quién llamo a contarle. Diez minutos de éxtasis. Y me quedo en el sofá, atravesada por la felicidad y con ganas de llorar.

jueves, 22 de octubre de 2009

Camisas blancas planchadas

Ya había escrito sobre esto. La repetición de la repetidera. Que lora con eso mija.

A mí me gustaban los yupies. En mi juventud, allá a lo lejos. Cuando todavía creía que había una relación directa entre el éxito y la felicidad. Siempre oliendo rico, con sus camisas planchadas. Preferiblemente blancas. Planchadas y almidonadas. Corredores de bolsa, ejecutivos, abogados, economistas, tecnócratas… qué se yo. La pinta les ayudaba - o lo era todo - y esas camisas blancas, planchaditas, impecables… Alguna vez un amigo me dijo: Imagínese al man atendiendo una tienda. Y vino a mí la imagen: Forrado en una camiseta de Pintuco, con un palillo entre la boca, chupándose un lápiz para sacarme el precio sumando detrás de un cartón. Favor que me hizo. Después de eso, les perdí el respeto a los yupies, metrosexuales y a todos esos que eran lo que eran por lo que tenían y no por lo que eran. Luego conocí al que hoy es mi esposo, me lo imaginé atendiendo una tienda y me dieron ganas de comprar una y atenderla con él. Prueba superada. Pero toda la carreta tiene que ver con las camisas blancas planchadas. Yo no plancho, o al menos eso procuro. No me gusta, me da dolor de espalda, no sé hacerlo. En 6 años le he planchado a mi esposo 6 camisas: las que se pone para Navidad. Y yo la verdad compro la ropa dependiendo de si toca plancharla o no. Pero lo que en el pasado fue una prueba de mi pereza y de mi limitada habilidad como ama de casa, se volvió hoy un gesto de solidaridad con el planeta. Planchar la ropa, y sobre todo ser de esas señoras maniáticas que planchan sábanas, toallas, calzoncillos, carpetas, carpeticas, limpiones, trapos del piso… y que antes de ponerse la ropa vuelven y la planchan… es uno de los gestos más agresivos que se hace desde los hogares, hacia el ecosistema. Socialmente, si uno está arrugadito, es un dejado, desordenado, que no tiene cuidado de su presentación personal… Claro, no se pensará que es un ecologista. Nadie le daría su dinero a un corredor de bolsa arrugado: Si uno va a perder su plata, que al menos él que se la invierte esté de punta en blanco.

Y qué decir de las bolsas del mercado. Cuántas personas que se consideran civilizadas, educadas y gente divinamente de toda la vida, piden que en Carulla les empaquen la carne en una bolsita, que luego meten en otra bolsa, separada de la bolsa en la que llevan el jabón. Como si fuera el equipaje con el que van a subir al Himalaya. Como si vivieran a 4 días de sus casas. Algunos al menos usan estas bolsas una segunda vez. Otros las botan y compran otras bolsas para la basura. Viviendo en Francia aprendí a usar bolsas de mercado de “larga duración”, llevo mis bolsas, empaco mi mercado y lo subo y lo guardo y lo cocino y me lo como. Y si bien de solo pensarlo me agoto, es evidente que el pequeño gesto de no usar 10 bolsas plásticas semanales, representa 520 bolsitas de menos en el mar al año.

Y la gente me dirá, qué hago yo pensando en ecología con medio mundo muriéndose de hambre, habiendo tanto tema chusco y controversial como la guerra, los desplazados, la desigualdad, la corrupción… etc. Tal vez yo siga creyendo en poner un granito de arena.

domingo, 18 de octubre de 2009

Barcos

Mi vecina demacrada me saluda en el corredor. Le pregunto si se siente mal. Confiesa estar cansada. Pasó la tarde peleando con su hijo tratando de obligarlo a escribir 100 veces: “Debo oír todo lo que la profesora dice.” Le digo que me parece un poco desmedido el castigo y algo inútil, que hable con la profesora. Al día siguiente me la encuentro de nuevo, viene subiendo con el niño de la mano.

- Hablé con la profesora.
- ¿Y qué te dijo?
- Qué el problema de André, es que es un soñador.
- Pero eso no es un problema…
- Parece que sí, que se la pasa en las nubes pensando no sabe en que cosas…

Llegamos a su casa y me invita a seguir. Encima de la mesa del comedor hay un barco hecho con cajas y botellas plásticas recicladas. Le pregunto al niño y me cuenta que el fin de semana vuelve su papá de misión, que está haciendo un barco para jugar con él en la playa. Como percibe mi interés, me lleva a su cuarto y me muestra otros barcos, carros, carretas y la maqueta de un restaurante llena de detalles hechos de toda clase de materiales.

- Si cuando sea grande no puedo trabajar haciendo barcos voy a ser chef.

Su mamá se acerca y se disculpa por el desorden. Me explica que este niño prefiere inventar mamarrachos con la basura que hacer las tareas del colegio. Que no sabe qué hacer con él. Tengo mil cosas para decir, pero me abstengo. Cuando escucho sus historias tengo la sensación de que la profesora y ella prefieren un muchachito promedio, que hagan lo que se le dice y que termine de cajero en un supermercado. Yo espero que al final André gane la batalla. Por el momento le estoy haciendo una bolsita con las tapas de las botellas, con alambres, y con otras cosas que me encuentro por ahí… Tenemos que mejorar la resistencia de sus barcos.

100 años

El último estudio sobre la expectativa de vida en Francia, dice que los niños que nacieron en el país durante el 2008, incluido el mío, vivirán 100 años. Con la ayuda de una página de internet sobre el tema pude calcular que por el hecho de haber inmigrado a Francia, mi expectativa de vida aumento en 10 años. Yo me pregunto si esos 10 años de más me tocará vivirlos en este pueblito tan aburrido. Espero que no.

Saber que este niño va a vivir 100 años me produjo una crisis ecologista. Llevo dos días calculando. Primero su relación con el agua: cuántas veces va a ducharse, cuántas va a soltar el agua del inodoro, cuántas veces nadará en el mar, cuántas en una piscina, cuánta loza se lava en 100 años, cuánta ropa… Y he seguido y seguido pensando: cuántos galones de gasolina, cuánto consumo de energía eléctrica, cuántas toneladas de basura…

Luego vino la crisis existencial: cuántas veces puede enamorarse uno en 100 años, cuántos comerciales de televisión puede ver, cuántos mails mandará, cuántas preguntas le hará a Google, cuántas veces va a llorar, a reírse, a maldecir, a gritar… Cuántas cosas puede aprender, cuántas cosas debe olvidar, cuánta gente va a conocer, cuánto y que tan lejos viajará, a cuántas personas va a querer y a cuántas va a detestar…

Más tarde la crisis de identidad, cuántas personas distintas es uno en 100 años: el bebe, el niño, el alumno, el adolescente, el universitario, el empleado, el sindicalista, el turista, el enamorado, el divorciado, el inmigrante, el malo de la película, el bueno, el que se las sabe todas, el que no da una, el arrancado, el despechado, el desilusionado, el pesimista, el optimista, el vecino, el observador, el protagonista…

Yo sólo espero poder enseñarle cosas simples. Respetar la naturaleza. Tener la fuerza de voluntad para salir y reducir las horas frente a la televisión y el computador. Hacerle sentir que por más oscuros que sean los escenarios, todo pasa. Enseñarle a creer en el amor. Darle siempre una segunda oportunidad a las personas y a las cosas. Reparar antes de cambiar. Saludar. Sonreír. Saber el nombre de la gente, conocer sus gustos y ser solidario con sus problemas. Decir la verdad por principio y mentiras cuando haga falta. No ser el más bueno, ni el más malo… También tengo que enseñarle a que no me oiga, ni me tome tan en serio, para que los próximos 99 años sean los mejores de su vida.

lunes, 12 de octubre de 2009

Pan y leche

Bajarse del bus y ser normal. Comprar el pan y la leche y no tener pena en tomársela directamente de la bolsa. Sentarse en un andén y amarrarse los zapatos. Encontrar 1000 pesos en el bolsillo y alegrarse. Ser normal. Soñar con el Nobel, con el Lotto, con el Oscar, pero despertarse feliz de no estar obligado a nada distinto de ser normal. Comer sánduche de jamón y queso. Reírse de lo que se ríen todos. Guardar debajo de la cama la pose intelectual. No es perder las ambiciones. Es más bien restarle importancia a los deseos, para ser normal, para estar bien. Una canción francesa dice que si la vida es terrible, el día puede ser el más hermoso. Tal vez mañana empiece a escribir el libro que me inmortalice, o compre el primer billete del Loto. Pero hoy, me bajo del bus de lo que debería ser y soy normal, compro el pan, me lo como, tomo leche de la bolsa y soy feliz con los 1000 pesos que me acabo de encontrar.

Disentir

Prometí no escribir esta semana. Ni una línea. Ni una letra. Nada. Estoy furiosa. Triste. Maldita costumbre de leer periódicos por Internet y sus espantosos foros. Intolerancia infinita. La semana pasada toque fondo. Tengo un amigo que vive al norte. Allá donde los gringos. Paso horas por teléfono preguntándole por Obama. Que los demócratas. Que el cambio. La política internacional y no sé cuantas pendejadas mas. Feliz me contesta, me cuenta anécdotas, me da cifras y me divierte con datos. Él, mi amigo, allá a lo lejos es un demócrata. Los demócratas creen en la igualdad de derechos, respetan a los homosexuales, promueven el cambio, no discriminan a las mujeres, se comprometen con la ecología, con el desarrollo sostenible y promulgan la democracia en la política exterior. Juegan a ser políticamente correctos y el discurso de las utopías les queda bien.

Pero cuando mi amigo habla de Colombia, se transforma. Se vuelve uno de los seguidores de régimen. Las ideas patológicas sobre ([{“Él”}]) entran en escena. Mano dura. ¡Qué constitución ni que carajos! ¡Si claro es un ladrón, pero todos han robado! Colecta firmas en cartas infames cuyo contenido evidencia el pecado sumo que es pensar diferente a ([{“Él”}]). Allá, al norte, mi amigo es un demócrata del primer mundo. Al sur, mi amigo es facho del tercero. Lo que yo interpreto es que en su visión, los gringos tienen derechos, libertades, instituciones. Obvio, porque ellos son mejores. Nosotros en cambio, no merecemos nada y mucho menos tenemos derecho a disentir.

Me dan ganas de recordarle que ([{“Él”}]) iba por John McCain. Pero todo es inútil. A pesar de haberme desahogado. Sigo furiosa.

Gusano verde (Post 100)

Un gusano verde con ojos saltones y manchitas blancas se pasó a vivir a la caja del azúcar. Un elefante azul con una flor en la barriga, vive ahora en el cajón de las medias. Una tortuga de cabeza roja se esconde entre la lavadora. Pensábamos que eran solo juguetes perdidos y los pusimos de nuevo en la alacena. Pero al día siguiente volvieron a sus nuevos hogares. Tú vienes, los visitas, les hablas y te vas. A pesar de estar ocupado en tus múltiples tareas, -jugar con el agua del inodoro, esconder los plátanos debajo del sofá, hablar por teléfono por los controles remotos del televisor, ponerte los zapatos de tu papá y sacar todo de la cartera de tu mamá-siempre sacas tiempo para venir a visitar a tus amigos. Qué puedo decir. Me parece que es una costumbre que habla bien de ti.

martes, 6 de octubre de 2009

Actualización política

- Hola tía…
- Mijita, me contó tu mamá que vas a venir. ¡Qué dicha!
- Si tía, por eso te llamo. Necesito pedirte un favor.
- Dime mijita, para que soy buena.
- Tía necesito que me actualices en actualidad política.
- Mija, pero tú que vives pegada al internet, estas más actualizada que yo.
- No tía, lo que yo necesito es información puntual. Quien está con quien, para no irla a embarrar. Los últimos meses que viví en Colombia, me puse a criticarlo a ([{“Él”}]) abiertamente y hubo un montón de gente que no me volvió a hablar.
- Mija pero cómo se te ocurre. Lo primero que no aceptamos los que lo seguimos a ([{“Él”}]) es que se mente su santo nombre en vano y que se ponga en duda su sapiencia suma. Pero me parece bien que seas prudente y vengas preparada. Pregunta mijita, pregunta.
- Alicita de Benedetti y su esposo.
- Están con él. Felices. Hasta el final. Gracias a los subsidios de Agrícolas, acaban de hacerle una piscina a la finca de Honda. No mijita, una belleza, un lujo.
- ¿Y cómo hicieron, porque esa finca siempre ha sido de recreo?
- Pues haciendo la vuelta mija. Además los subsidios son para los que ya tienen tierras y plata.
- Ah… Sigamos. Olguita y Juan Concha.
- No mija. Esos nos dejaron.
- ¿Se murieron?
- No mija. Es que ellos tenían al hijo trabajando en una embajada, estaban felices pero con lo de la reelección, pues al muchacho lo sacaron para meter a la hija de un congresista. Entonces ahora el pobre Juan vive diciendo que él nunca jugó en el equipo de ([{“Él”}]) y que siempre ha izado las banderas del Partido Liberal.
- Paulita, Amelita y Julianita Castañeda.
- Pues mija es que ellas estaban en muy mala situación. Como se dice, llevaban años siendo gente bien venida a menos y en un golpe de suerte a Julianita le salió un trabajo en una ONG americana. Entonces ahora son como tú. Izquierdosas del Centro Andino. De mochila wayúu y zapato de marca. Que los desplazados, que los derechos humanos y todas esas pendejadas que se inventan las ONGs para sacarle plata a los gringos y a los europeos.
- Gracias por el vainazo. Sigamos pero habla más despacio que yo estoy aquí anotando. Alejandrito Parra.
- Mija es que ese muchacho siempre ha sido un desadaptado. Me dicen que se ha dado sus paseos por El Polo… Así como alguien que yo conozco pero que no digo quien es…
- Pues claro que yo me doy mis paseos por El Polo. Por el Polo Club, llevamos como 30 años viviendo ahí tía.
- Si, hazte la pendeja.
- Oye tía… ¿y mi tío?
- Mija, cómo te dijera. El dice que desafortunadamente uno siempre debe jugar en el mismo equipo, en el equipo de los ganadores, pero a tu tío ([{“Él”}]) no lo convence. Cada vez que abre el periódico dice que es un capataz de medio pelo. Un dictadorcito barato. Un enfermo de poder enceguecido por la ambición. Que dejó la pobre Constitución hecha un chicote. Que no lo soporta. Pero claro tu tío no dice eso en público. No va y lo confundan con un guerrillero y aparezca debajo de un puente vestido de camuflado y con una pistola amarrada a la mano con cinta aislante.
- Bueno y si mi tío dice eso, ¿Tu por qué eres tan adepta a ([{“Él”}])?
- Pues mijita, porque yo siempre fui del partido conservador como lo era mi papá. Pero estar con ([{“Él”}]) se volvió una moda y yo no quiero que me pase como a ti, que por no seguir la corriente la gente piensa que uno está con los guerrilos y no lo vuelven a invitar a nada.
- Ah, o sea que tu no eres una “fumadora social”, sino una “fanática social”…
- Algo así mija, algo así…
- Bueno saberlo.

lunes, 5 de octubre de 2009

El día de las brujas

Todo iba bien. Las viejitas de la casa de recuperación venían felices a sus clases de trabajo manual. Pero los “creativos” tenemos un problema: nos las damos de creativos. Y dada la cercanía del Halloween me inventé la idea fantástica de enseñarles a hacer máscaras y antifaces para sus nietos. No vino nadie. Las enfermeras que cuidan a mis alumnas me dijeron que era posible que estuvieran cansadas. No desistí. Y volvieron a faltar. Mientras recogía los materiales dada la falta de público, apareció una señora que había venido las primeras veces.

- Nadie va a venir.
- ¿Y sabe usted porque?
- Porque el Halloween es una costumbre americana, no es francesa.
- ¿En serio?
- Si.

No entré en discusiones y fui a hablar con la directora. Me dijo que no me preocupara. Que si me parecía volviéramos al collage.

En el almuerzo del domingo comento lo sucedido. Mi suegra se molesta.

- ¿Pero es que a quién se le ocurre hacer cosas para el Halloween? En mi pueblo hicimos un grupo que pasó una carta a la Alcaldía para que se prohibiera el Halloween.
- ¿No fue el mismo grupo que hizo la carta para que no dejaran montar un Ikea? – pregunta mi esposo picándole la lengua.
- Claro, los mismos.
- Pero Ikea es sueca.
- Pues de donde sea, pero no es francesa.
Mi esposo se ríe y sin que su mamá se dé cuenta alza el plato y me muestra la marca: “Ikea”.
- ¿Y no han hecho una carta para que acaben los restaurantes chinos?
- No porque a los nietos del presidente del grupo les gusta mucho el arroz cantonés. Yo si no como de esa comida jamás. Ni la he probado.

Yo sigo en silencio y pienso que afortunadamente Louis Pasteur era francés, porque o si no la industria láctea francesa no hubiera llegado a ser lo que es. Yo por el momento mantendré en secreto que los números naturales fueron inventados por lo árabes, para no poner en riesgo el sistema financiero europeo y que se sospecha que la rueda se inventó en Mesopotamia. Por si acaso. Lo único que me falta es tener que hacer mercado a caballo.

martes, 29 de septiembre de 2009

Un mundo diferente

“Tú me haces ver un mundo diferente…”. El paseo empezaba con el cassette de los Hermanos Arriagada. 8 am. Renault 6 amarillo. Nos sabíamos las canciones en orden y cantábamos. Su voz gruesa, profunda y muy entonada retumbaba. Risa escandalosa. Furia. Ira e intenso dolor. Animadversión y alevosía. Y otra vez esta carcajada magnifica y generosa con ojo aguado. Humor magnifico. Siempre al límite del amor. Siempre al borde del odio.

Teníamos un club privado para hablar mal del gobierno. Escondidos en alguna esquina de su casa, hablábamos en voz baja. ¡El estado de derecho! ¡La constitución! ¡Habeas corpus! ¡Jurisprudencia! El era abogado y yo había oído a mi mamá 5 años estudiar derecho en la mesa del comedor con sus amigas. Repaso de la actualidad política. Calificábamos a cada mortal dependiendo si estaba o no con el “mesías”.

Yo pensaba que era uno de los mejores cocineros sobre la tierra. Alguna vez, al regreso de un paseo nos hizo unas pastas con salchichón al horno. Días más tarde le pedí que me diera la receta y empezó a “patinar”. Yo comprendí que así como podía hacer grandes banquetes con todo medido y preparado, podía hacer algo delicioso con las sobras de la nevera el último día de la quincena. Yo me sentaba a devorar su minestrone mientras cambiábamos secretos culinarios. A pesar de que yo no igualo su talento, siempre fueron generosos sus comentarios de mi sazón.

El día que supe que estaba embarazada lo llamé y le pregunté:
- ¿Usted me quiere como a una hija?
- Por supuesto.
- Entonces va a ser abuelo.

Cuando cierro los ojos y lo tengo frente a mi cantando “Piensa en mí” sobre la versión de Chavela Vargas. La última vez que hablé con él, le prometí rezar por su salud, me contestó que a Dios le encantaban las oraciones de los pecadores. Que seguro me iba a oír. Tal vez empecé a rezar demasiado tarde, o tal vez no he pecado lo suficiente. “Si tienes un hondo penar, piensa en mí”. Mi hondo penar, es que pienso en él, y él ya no está.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Yo no duermo

Yo no duermo. Abrazo almohadas. Revuelco sábanas. Pero casi no duermo. He probado todo: medicamentos que me daban taquicardia, otros que me daban pánico y otros que no me daban nada y simplemente seguía despierta. Odio a los que duermen porque los veo horas y horas flotar en sueños profundos. Pero los amo dormidos. Conozco como respiran. Se cuando mi esposo tiene la misma pesadilla noche tras noche con su abuela ciega. A veces tomo su mano y juego a que dormimos. Me siento en la oscuridad a oír respirar a mi hijo y lo siento crecer, frente a mí, lentamente. Cuando mi esposo está con nosotros camino sin hacer ruido, me paro, leo revistas, me siento, tomo agua. Me escapo al sofá. Vuelvo. Lo miro dormir, abandonado de si, y lo acompaño en silencio. Cuando está lejos, leo, abro cajones, los arreglo, hago listas y trato de arrullarme con una televisión sorda que no me produce sosiego. Yo no duermo. Martirio inútil este de vivir despierto.

Otra conversación inutil

- Hola tía…
- Hola mijita querida, pensé que te habías olvidado de mi.
- No tía, eso imposible. ¿Oye tía tú te acuerdas de un señor que era amigo de mi tío,que tenía un puente de un color y los dientes de verdad de otro?
- Ay mija, que lengua la tuya. Ese es Paco de Serrezuela. ¿Porqué me preguntas por él?
- Tía… ¿Él no tenía unos cultivos de palma de aceite?
- Claro mijita, el es un gran terrateniente que heredó medio departamento de sus abuelos paternos y ahora está metido en lo de la palma, y acá entre nos, nosotros también…
- ¿En serio?
- Si mija, el convenció a tu tío de meter unos pesitos. Y tu tío encantado. Tú sabes mija, cualquier negocio que tenga la mano de “Él”, es negocio asegurado. Porque es obvio que él va a hacer lo que haya que hacer para que todo salga bien: Cambiar las leyes, dar exenciones tributarias, desplazar a los que haya que desplazar… ¡Todo mija! ¿Por qué me preguntas?
- No tía, porque ayer dieron en televisión un reportaje mostrando las condiciones de la gente que trabaja en los cultivos de palma: sin guantes, sin zapatos, llenos de espinas, muertos de hambre, sin seguridad social…
- ¡Ah no mija! Ahí están pintados los europeos, con el arrebato del comercio justo y todas esas ridiculeces. Qué se va a poner uno a gastarse las utilidades y los excedentes de capital en guantes, zapatos y pendejadas de esas. ¡Así no es como se hacen las fortunas!
- Tía pero es que son las normas mínimas de seguridad industrial…
- Otra pendejada izquierdosa tuya, la seguridad industrial es otra moda como la salud, las pensiones y las cesantías… ¡Cómo se ve que no saben de negocios! Indios desagradecidos, no solo se les da trabajo sino que además queda uno en deuda. No pues también querrán indemnizaciones y seguro de vida.
- ¿Bueno y desde cuando tú sabes “tanto” de negocios?
- No mijita, es que nosotros estamos encantados aprendiendo del tema. Paquito, el benjamín de Paco, nos ha estado instruyendo…
- ¿Ese muchachito no era amigo del mancito de las pirámides?
- Si mija, pero parece que no tan amigo, que se vieron en alguna fiesta de las que hacen los hijos de “Él”, pero nada más.
- Sí, eso dicen todos ahora.
- Además mija, ahí la carta ganadora es el jóker de “Palacio”. El siempre tan trabajador: ¿Qué esa gente les molesta? Yo se las desplazo. ¿Que esa ley no les gusta? Yo se las cambio. ¿Que sin impuestos? Si claro, ni que estuviéramos bravos. Divino como siempre dejando hacer fortuna a la gente de bien. ¿Y qué más decían en el reportaje?
- No, pues analizaban el impacto ambiental, qué pasa cuando se dejan de producir alimentos para producir combustibles, cosas de ese estilo…
- Ah… ¿Y tú qué piensas mijita?
- Yo prefiero no pensar tía. Afortunadamente mi carrito es GPL.
- No, ahí si me dejaste en las mismas.
- Tía querida, siempre vamos a estar en las mismas.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Mentiras piadosas

Decir mentiras piadosas. Decir muchas mentiras piadosas. Sentarse después del almuerzo en algún cafecito de medio pelo a tomarse un tinto, fumarse un cigarrillo y consolarse mutuamente con miles de pequeñas mentiras piadosas. Morirse de la risa. Desahogarse y suspirar. Decirles a las amigas los más descabellados inventos, solo para no verlas llorar. Cómo me faltan mis amigas. También mis amigos. Pero mis amigas eran una fuente inagotable de mentiras piadosas, siempre amorosas y oportunas. “Se te ve bien”. “Así te quedó lindo el corte”. “Fresca que no se te nota”. “Eso se te pasa mañana”. “Tranquila que todas hemos pasado por eso”.

Extraño sentido de la amistad que nos permitía no decir la verdad para reducir el tamaño de grandes problemas y aumentar la medida de pequeños logros.

Me faltan mis amigas. Inventar miles de pequeñas mentiras. Sólo por cariño. Mentir. Desahogarse. Suspirar.

Testamento

Esta semana murió al norte de Francia una mujer anciana, casi ciega, cuya fortuna ascendía a 240.000 euros. Al no tener herederos, decidió repartir su dinero entre 200 personas que en algún momento de su vida habían sido buenos con ella. Entre los afortunados están todos los conductores de los buses públicos, que a sabiendas de su precariedad física, esperaban atentos a que subiera al vehículo. El abogado a cargo cuenta que entre las docientas personas hay algunas difíciles de encontrar dado que la información es limitada: un nombre sin apellido, o “la niña que sonríe en el almacén de flores”. A cada uno le corresponden 1.200 euros y gracias al testamento el dinero no irá al Estado francés, como sucede en estos casos.

A pesar de tener un heredero, hice mi lista. Son más de doscientos. A veces creo que no debería quejarme tanto.

Chicles y falafel

Durante dos días compartí la habitación del hospital con una mujer marroquí, de 43 años y seis meses de embarazo. Acosada por la diabetes gestacional, soportaba juiciosamente las pruebas de glicemia que le realizaban cada dos horas. No tan juiciosamente se comía todo lo que yo dejaba, que era prácticamente la comida sin probar, porque me sentía muy mal y porque estaba espantosa. Adicionalmente el hijo mayor de su esposo, venía cargado de sopa de garbanzos, falafel y otras delicias típicas, que me ofrecían generosos pero que yo no quería ni probar. Me contó que llevaba 9 meses viviendo en Francia, como casi pierde un ojo, que tenía dos hijas de 13 años y 14 meses, que este bebé había sido un “accidente” pero que lo esperaba con mucha ilusión. A mí lo único que me provocaba eran los chicles de menta, para que se me quitara el sabor horrible de la boca que me provocaban los medicamentos. Mi esposo me trajo dos paquetes, sin azúcar, gracias a Alá, porque la señora se sentó y se comió un paquete completo masticando con una energía contagiosa: nunca había visto a alguien sacarle tanto gusto a un chicle, ni hacer tanto ruido haciéndolo. El segundo día vino una doctora, francesa para más señas, especializada en diabetes. Empezó a explicarle que necesitaba insulina, que sus niveles de azúcar estaban muy elevados… pero la mujer parecía no entender debido a la velocidad meteórica con que la especialista hablaba. En reacción a esto, la segunda empezó a hablarle más duro, como si su interlocutora fuera sorda, pero no más despacio. La situación empeoraba. Para resolverla yo empecé a repetir más despacio lo que la doctora decía.

- ¿Usted sabe hablar árabe?
- No, yo sé hablar francés despacio.

Cuando salí del hospital le dejé mis chicles, mis revistas y le recomendé que siguiera las instrucciones de los médicos. Desafortunadamente, no creo que me haga caso.

martes, 15 de septiembre de 2009

Collage

Una cosa es estudiar francés y otra muy distinta es hablarlo. Desesperada de no poder utilizar las conjugaciones verbales a pesar de haber hecho todos los ejercicios, le dije a la hermana que necesitaba hablar más para poder poner en práctica lo que ella me enseñaba. Después de darle vueltas al tema, me consiguió un trabajo muy especial: Una vez a la semana, durante una hora y media, le doy clases de trabajos manuales a las viejitas que están internas en una “casa de recuperación”, algo así como un hospital especializado en postoperatorios.

Para facilitar las cosas, y teniendo en cuenta que las viejitas son realmente viejitas, me empeño en enseñarles a hacer collage. Llevo una caja llena de papeles, recortes, estampillas, lentejuelas… Me he pasado la vida haciendo trabajos manuales, en mi casa hay materiales para hacer collage los próximos 10 años. Me preparo. Me arreglo. Me presento:

- Me llamo Angela, como Angela Merkel, pero yo me visto mejor:

El chiste que mezcla política y moda, rompe el hielo. Les explico mi situación y que tienen la libertad de corregirme cuando hable mal. Me reciben de buen ánimo. De las 10, 3 hacen todo lo que digo y lo disfrutan. Otras 2 se esfuerzan pero se quejan de su poca habilidad manual. 2 entran y salen. 2 disfrutan sólo con mirar. Y hay una que se dedica a criticarnos a todas. Nada de lo que hacemos o decimos le parece. Me hace reír. Entre las más aplicadas hay una que parece un personaje de un cuento: de piel muy blanca, manos delicadas y pelo largo peinado como una niña, envuelta de cuello a pies en una bata levantadora roja. Como si fuera una travesura me habla en español. Dice que siempre fue su idioma favorito. Mientras corta papelitos lanza palabras al aire:

- ¡Tiburón! ¡Amor! ¡Amigo! ¡Guapa!

Yo traduzco lo que ella dice a las otras señoras que se ríen y comentan. La clase se termina. Me siento especialmente bien. Tal vez nunca hable francés a la perfección, pero al menos tengo una excusa para pasar la tarde y conversar con mis viejitas.

lunes, 14 de septiembre de 2009

El Rey Chichón

Con la cabeza coronada de chichones este rey conquista el mundo. Se sube, se baja, se lanza, se tira, rebota, llora, se queja, se ríe, canta, baila, sube los brazos, manda besos y celebra… Con el primer chichón lloré, con el segundo maldije, con el tercero compré el árnica, con el cuarto ensayé el vinagre… con el quinto no me acuerdo. Lo que un día fue una casa, es ahora un campo de entrenamiento donde buscamos como reducir hasta el más mínimo peligro, pero este pequeño monarca se las ingenia y todo se vuelve una aventura. Pregunto y como siempre me dicen que es una etapa, que no me afane, que tenga cuidado, pero que es normal. Me da tristeza, pero al mismo tiempo me sorprende como poco a poco se pega menos y disfruta más. Amor mío siempre tan fuerte. Rey de su reino. Siempre feliz a pesar de todo.

Burkina Faso

En el colegio privado me acusaban de comunista porque mi papá era profesor de una universidad pública. En la universidad pública no me bajaban de niña rica porque había estudiado en un colegio privado. Cuando trabajé con los yupis me aguantaba chistes idiotas por haber ido a una universidad pública. Cuando era profesora en una universidad privada católica, me acusaron de no tener “caridad cristiana” por pelear con un celador que no me dejaba entrar, porque no creía que alguien tan joven pudiera ser profesor. Ahora soy inmigrante en un país del primer mundo que le teme a la diferencia. Tal vez sea una extraña habilidad para estar en el lugar equivocado o simplemente soy una especie de desadaptada funcional. Estas situaciones no me hacen ni más fuerte, ni especial, ni me han dado poderes sobrenaturales. Es siempre interesante como por todo y por nada, podemos ser discriminados.

Hace unos meses conocí una mujer negra, nacida en Burkina Faso, que a los 60 años está tratando de aprender a leer. Inmigrante como yo, lava platos en un restaurante, trabajo que le permitió comprarse una motocicleta usada, con la que atraviesa 3 pueblos para venir a sus clases de alfabetización. Me saluda con cariño. Me pregunta por mi hijo y comparte mis alegrías. Ella piensa que soy una persona especial porque me gustan sus historias de un país lejano, sin costas en el mar, donde nunca tuvo una cama. Ella me tiene en buen concepto y eso es suficiente para mí.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Salir del Closet

Aunque sea demasiado tarde. Aunque haya callado. Aunque haya pecado por omisión. Aunque no le importe a nadie. Salgo del closet. Confieso abiertamente mi amor y mi compromiso incondicional con los homosexuales, con la Comunidad Homosexual o como quieran llamarse. Mi respeto absoluto. Mi adición a la lucha por la reivindicación de sus derechos y a la búsqueda de la igualdad ante la ley.

De ellos solo he recibido amor, amistad, respeto, conocimiento. A lo largo de mi vida han caminado a mi lado para soportarme, ayudarme, educarme, entenderme o consolarme. Cuando los propios me dieron la espalda tuve una familia en ellos. Un lugar donde llegar. Un plato de comida caliente. Una conversación apasionada. Un silencio cómodo.

¿Qué parte de “todos somos iguales a los ojos de Dios”, no le queda clara a los pacatos inmisericordes e intolerantes? Ignorancia inverosímil que abucheaba a dos niñas homosexuales en el colegio Leonardo Da Vinci, el homosexual más cool de la historia. Religiones engañosas que enseñan el amor y aplican el odio. Educación insípida que premia lo mediocre y castiga lo excepcional. ¿A qué le temen? Hemos leído sus libros, bailado su música, amado sus obras, enloquecido ante su genio y sucumbido a sus encantos.

Hooligans henchidos de testosterona cantan enloquecidos “We are the champions” de Fredy Mercury. Políticos reaccionarios que citan el fino cinismo de Oscar Wilde… y la lista sigue y sigue porque el amor y a quien se ame, no son problema de nadie, solo de los que aman y no definen el genio ni la inteligencia.

Salgo del closet y confieso querer y haber querido a los que me quieren y me han querido. Pido perdón por mi silencio. Por no haber hecho pública mi posición. Por no defender a los que tanto quise. Estúpidamente pensé que si caminaba en las marchas del Orgullo Gay, la gente iba a pensar que yo también era homosexual y tuve miedo. Pero qué pasa con los papás, con las mamás, con las hermanas y hermanos, con los amigos y amigas, con esos que como yo tuvimos la suerte de tener a nuestro lado personas magnificas de las que nos sentimos orgullosos. ¿Desde cuándo es un pecado, confesar el amor, la tolerancia y el respeto?

jueves, 3 de septiembre de 2009

Pedro

La monjita que me da las clases de francés, me dice que no intente ser la persona que era antes. Que me sienta orgullosa de ser lo que soy ahora y que me esfuerce por ser mejor cada día. No es fácil. Uno es lo que es, por su relación con los demás. Y acá “los demás” con los que tengo relación, son más bien pocos.

Cuando llamaba a pedir un domicilio, le decía a la señora de la tienda:

- Sí, la del bloque 5 (…) Sí, la del perrito negro (…) dos bolsas de leche y una 2 litros (…

Cuando llamaba a los amigos de mi mamá a pedirles favores y a pesar de tener más de 30 años, les decía:

- Hola, hablas con Ángela, la hija de Guadalupe.
- Angelita, ya estas grande para presentarte como la hija de Guadalupe, yo sé quién eres…

Me contestaban jocosamente, pero yo quería amarrar los perros y asegurarme de que sabían quién era yo.

Yo era (y espero seguir siéndolo a pesar de estar lejos), la sobrina, la hermana, la amiga, la vecina, la socia, la parcera, la conocida de… No siempre era Ángela, pero era alguien. La dueña del perrito, la del carro rojo, la de la oficina del segundo piso.

A veces era chévere ser yo: Frente a mi oficina se sentaba un mendigo, que tenía la costumbre de cuidarme cuando salía tarde de trabajar.

- Suba la ventana doctora. No debería salir tan tarde doctora. Cuando no le guste más ese abrigo, ¿Me lo regala doctora?
- Venga amigo, pero es que yo no soy doctora.
- Pero con severas pintas como no va ser una doctora.

Alguna vez este amigo entró a pedir limosna a un restaurantucho del sector y el dueño llamó a un policía que estaba cerca para ahuyentarlo. Yo que pasaba por ahí, pregunté qué pasaba.

- Acá el polocho que no lo deja a uno pedir tranquilo. Me la tiene montada amiga.
- Usted que va a ser amigo de la señorita.
- Claro que somos amigos señor agente. Camine Fernando almorzamos y deje tranquilos a los señores.

El mendigo se dio mañas para soltarse del policía y se vino conmigo.

- Gracias doctora.
- No, de nada amigo.
- Y yo me llamo Pedro doctora, no Fernando… pero mucha abeja, dejó mamando al polocho.
- Yo me llamo Ángela.
- Sí, yo sé doctora. Muy bacano que haya dicho que somos amigos.
- Vea Pedro, nos vemos por la mañana, nos vemos cuando salgo a almorzar, me acompaña por la noche… ¿y no me da el placer de ser su amiga? Estamos mal Pedro, estamos mal.
Pedro se alejó sonriente. Nunca dejó de esperarme a la salida de la oficina.

En este pueblo no hay Pedros, ni restaurantuchos y los policías están para otras cosas. A veces no es chévere ser yo. En este pueblo nadie me va a tratar mejor a pesar de que yo sea la amiga de Pedro.

sábado, 29 de agosto de 2009

Malas palabras

Decir malas palabras. Decir muchas malas palabras. Sentarse después del almuerzo en algún cafecito de medio pelo a tomarse un tinto, fumarse un cigarrillo y ambientar la conversación con miles, millares de malas palabras. Morirse de la risa. Inventarse insultos. Decirles a los amigos las más fuertes, las más grotescas, las más asquerosas, sólo por cariño, para luego reírse otra vez. Como me faltan mis amigos. También mis amigas. Pero mis amigos eran una fuente inagotable de malas palabras, siempre divertidas y oportunas. “Venga, como le digo, pedazo de (---). O fue que su (---), no le (---). Esto es mucho (---).”

Extraño sentido de la amistad que nos permitía vociferar montañas de sandeces, solo para enfatizar malos chismes y poder reírnos más.

Me faltan mis amigos. Lanzar al aire desmesurados insultos. Inventar épicas ofensas. Sólo por cariño. Reírse hasta reventar.

“Etre ronde c’est chic!”

La carátula de la revista Elle del mes de julio promociona en la primera página un artículo llamado: “Etre ronde c’est chic!”, que podría traducirse como: “Tener curvas o ser curvilínea, es estar a la moda”. Al interior un artículo sobre como la industria de la moda ha dado un “gran salto” y ha empezado a diseñar para mujeres de tallas superiores a la 42, para Colombia talla 12. Entonces cuentan casos y muestran ejemplos de cómo las marcas que han sacado colecciones especiales para dichas mujeres han tenido gran éxito. El articulo está acompañado por las fotos en blanco y negro de una mujer preciosa “pero” talla 44. Esta peinada al estilo de Frida Kalo. Hablan de ella, de su excepcional belleza y de cómo es una de las modelos más reconocidas en su “estilo”.

Estamos en verano. En verano no se piensa. Uno simplemente compra revistas frívolas para que lo entretengan mientras se queda dormido por el calor abrazador. Termino el artículo y me abandono al motoso post-almuerzo. Me despierto renovada. Miro la portada de la revista. A pesar de promocionar que tener curvas está de moda, la modelo de la carátula es talla 36, 6 u 8 para Colombia. No es tan linda como la modelo del artículo. Vuelvo a mirar el texto en mención.

Ahora resulta que hay que darle las gracias al mundo de la moda por diseñar para las mujeres reales. Les dio por tener un compromiso con lo femenino. Una posición frente a la anorexia y otras enfermedades que ellos mismos promueven. Mentira. El 60% de los norteamericanos tienen problemas de obesidad y se calcula que en 10 años Inglaterra va a tener la misma cifra. He leído como en este último país hay niños que nunca han probado una fruta fresca y al incluírselas en los almuerzos de los colegios públicos, las botan a la basura sin probarlas. El mundo de la moda no se ha comprometido con nada, es pura y simple participación en el mercado. Un buen negocio. Cifras. Hechos y datos. Siempre me pregunte si la industria de la moda no sabía que había niñas ricas gordas. Las mujeres siempre atrapadas en estas mentiras, se angustian, sueñan y se amargan. La modelo del artículo es mil veces más linda, que la de la carátula, pero Elle, tiene sus políticas. Nos harán el favor de hablar de las mujeres curvilíneas. ¿Pero darles la carátula? No, “su compromiso” no llega tan lejos.

domingo, 23 de agosto de 2009

Los perfectos

Los perfectos van por el mundo contando sus proezas, sus logros personales, sus buenas decisiones. Se ufanan de sus casas impecables, de sus hijos aplicados con el tiempo y la disciplina para aprender latín y tocar el violín entre otras actividades; de sus esposas siempre lindas que los esperan con un escocés en las rocas luego del trabajo.

Hombres magros con tiempo para el último best-seller, para el deporte, para la familia. Camisa a rayas y saco de lagartico sobre los hombros. Mujeres impecables, atractivas, atléticas, preferiblemente rubias, que siguieron idénticas después del parto de los trillizos. Con agendas organizadas para combinar el hogar con algún lucrativo negocio personal.

He estado cerca de varios perfectos. He trabajado con ellos. Han sido clientes, amigos, contrincantes, conocidos. Los he soportado silenciosamente, preguntándome siempre como lo hacen. Siempre con la solución en la punta de los labios. Siempre con expresiones superlativas de lo fácil que es hacer las cosas. Siempre en el ejercicio de recordarnos su perfección.

Pero la vida me ha premiado. Uno a uno los he visto resbalarse, patinar, caer. Quejarse. Deprimirse. Bajar al infierno de lo normal, lo bueno, lo imperfecto, lo posible. Los he acompañado, oído, aconsejado. Finalmente nosotros, los imperfectos, sabemos que todo lo que sube baja y a veces vuelve y sube. No sabemos cuándo, pero somos más pacientes.

Lo que más me divierte es que los perfectos piensan que los demás, además, no tenemos memoria y después de caer fingen que no ha pasado nada. Ingenuos. ¿Cómo se nos podría olvidar? Y pienso en la historia de mi abuela de un hombre anciano que les vende a los curas un árbol de cerezo para hacer un santo. Al entrar a la iglesia y el observarlo, el hombre repetía: “Yo que te conocí verde cerezo, no te puedo olvidar y no te rezo.”

sábado, 22 de agosto de 2009

Galleta de la suerte

Otro domingo solos tu y yo. A diferencia del último, yo estaba de mejor ánimo. Tu siempre sonriente y feliz me acompañaste juicioso en el viaje a Toulon. Luego esperaste estoicamente a que mirara todos los puestos del mercado callejero. Encontramos un restaurante asiático atenido por una familia “asiática”. Me da pena que echamos en un mismo saco a chinos, japoneses, vietnamitas… Debemos parecerles unos ignorantes e irrespetuosos. Nos atienden como reyes. Están encantados contigo y te traen un platico de arroz cantonés que te comes hasta el final. Más tarde me daré cuenta que fue una cortesía y que no nos lo cobraron. La mamá de la familia te trae de regalo una galleta de la suerte que por un lado dice: “You are sociable and entertaning”, y por el otro: “Vous etes sociable et amusant”. La traducción sería: "Usted es sociable y divertido". Es increíble lo que uno puede aprender en un almuerzo: Primero que las galletas de la suerte son políglotas y segundo, que son increíblemente acertadas.

viernes, 14 de agosto de 2009

País extraño

Clarita querida,

Estoy en Francia visitando a mi sobrina. Te confieso que es una belleza de país y a la vez es muy extraño. Mientras ella cocina, lava y atiende al bebé aprovecha para explicarme como son las cosas acá, pero no he logrado entender (o creer) prácticamente nada. La relación entre ellos, entre franceses con franceses, es absolutamente incomprensible. Por ejemplo. Hay varios partidos políticos. Dos fuertes, uno de izquierda y uno de derecha. A veces no están de acuerdo. A veces sí. Cuando no están de acuerdo no se insultan, ni se amenazan, ni se mandan matar. Por ejemplo no se dicen ni paraco, ni guerrillero, ni facho, nada. Increíble. Yo no entiendo cómo hacen para no mostrar su odio, ni su deseo de venganza. Están locos, respetan al otro que no piensa como ellos. ¿Cómo hacen para aguantarse las ganas de dejarlo "falso positivo”?. No, ni idea. Pelean, se dicen cosas, se sacan los chiros al sol: sí, pero no parece que se odiarán. Más parece que son contrincantes no enemigos. Por ejemplo si uno de un partido se muere, los otros no se alegran, sino que le mandan el pésame a la familia.

Hay periodistas, humoristas, analistas y hasta gente del común que no está de acuerdo con el presidente. Y uno los ve por ahí. Libres. Nadie los amenaza. Nadie les allana la casa. No, nada. Y entonces ¿Cómo harán para que la gente le tenga miedo al presidente? ¿Para que sepan que él es el que manda? No, ni idea. Al señor Nicolás le hacen caricaturas, chistes, mofas, le sacan fotos de cómo lo tiene Carla de flaco. Y a veces él mismo se ríe de lo que dicen de él. Me imagino que otras veces “le sacan la piedra”, pero no se le nota tanto. Y lo más absurdo es que al otro día sus detractores siguen por ahí, libres, vivos, los ve uno haciendo mercado y lavando el carro como si nada. Yo no entiendo.

La gente no le tiene miedo al ejército, ni a la policía, ni a la gendarmería. Este verano se redujo el número de muertes en accidentes de tránsito y la gente le reconocía a los policías y a los gendarmes su buena labor. La gente piensa que el ejercito esta para protegerlos a todos y no solo a unos. Incluso no les dan recompensas por matar a los que piensan distinto. Claro los sueldos no son malos. Pero si uno piensa distinto al presidente no le tiene miedo al ejército. Es difícil de explicar, pero es como si a pesar de no estar de acuerdo con el presidente, uno tuviera los mismos derechos.

Si lo anterior no fuera suficiente, ahora descubro que el gobierno respeta a las ONGS y a los sindicatos. Por ejemplo lo que pasó esta semana. Imagínate que existe una ley que dice que según el número de hijos se reducen los años que una mujer necesita para pensionarse –otra excentricidad- y un señor demandó la ley y ganó, lo que implica que hay que modificarla, y el ministro salió a convocar a todas estas organizaciones para mirar las opciones y las alternativas en conjunto. Como si a un gobierno serio le importara lo que piensan todos esos hippies postmodernos que trabajan en esos sitios.

No, y lo peor no es eso. Imagínate que los campesinos protestaron por el precio en que los Hipermercados venden los alimentos que a ellos les compran muy baratos, y el presidente y los ministros ¡oyéndolos!. Acá si un hombrecito de estos protesta, a nadie se le ocurre que sea ni un guerrillero, ni un revoltoso. ¡Qué peligro! Yo acá si no podría vivir, tú te imaginas si la gentecita, los campesinos, los obreros tuvieran los mismo derechos que uno, cómo haría uno para saber quién es la gente de bien, la gente divinamente, los indios levantados, los arribistas… ¿Qué gracia tiene ser de clase alta? ¿Cómo sabe uno quien es?

Lo que más me preocupa es que a mi sobrina vivir acá no le ha quitado la pendejada izquierdosa y por el contrario se la ha reforzado: ayer la encontré llorando frente al computador leyendo un artículo de los 10 años de la muerte de Jaime Garzón. ¡Con ella, se perdió esa platica! Parece que ya sirvieron el almuerzo, luego te escribo.

Un abrazo.

lunes, 10 de agosto de 2009

La calidad

Calzoncillos y esqueleto blancos. Poco a la imaginación. Así se vestía a este hombre blanco de ojos y pelo negro con el que muchas, muchísimas se portaron mal. Sin importar los 8 grados centígrados promedio de las noches bogotanas, el llegaba cada noche del trabajo, se quitaba el vestido negro, la camisa blanca y la corbata de seda de algún color rechinante. Fuera quien fuera a su casa lo recibía en calzoncillos. Nunca se supo muy bien en que trabajaba y a sus espaldas le decían “el contrabandista”. Debía ganar mucho dinero para poder mantener a su esposa, a su mujer, a su mujercita y a su exesposa. Y a los 9 hijos que tenía repartidos entre ellas. Tuve la suerte de estar entre sus afectos por ser amiga de su hija consentida. Si alguien nos pegaba, nos molestaba, nos quitaba la cicla, corríamos donde él llorando, se asomaba a la ventana y miraba al implicado sin decir palabra, pero le daba a entender: “Te estoy mirando y se dónde vives pendejo”. Hasta ahí les llegaba la valentía.

Yo lo quería mucho por eso y porque en su casa aprendí a bailar salsa. Hombre de pocas palabras que se hacía entender. Cuando tenía algún problema con Jhonatan, uno de sus hijos calaveras, le decía: “¿Qué se le dijo Jonatancito? ¿Qué se le dijo?”. Era claro que le había dicho y lo que él no había hecho. Alguna vez me pidió que le ayudara a redactar unas cartas y para agradecerme dijo: “La calidad, mija, la calidad.” No podía existir un mejor cumplido.

Pero lo mejor eran sus amenazas. Perfectas. Cortas. Elocuentes. Como deben ser las amenazas. Sencillas. Mínimo de palabras, máximo de impacto. Nunca olvidaré esa noche. La administradora del edificio venía a amenazarlo con quitarle el parqueadero, porque estaba colgado en dos cuotas de administración. Había amigos de la señora colgados en más 20 cuotas. Pero a ella le dolía no estar entre sus afectos. La escucho 20 minutos de cantaleta, en calzoncillos y sin musitar palabra. Cuando ella terminó dijo: “Mi señora, usted haga lo que tenga que hacer, que yo hado lo que tenga que hacer.” Ella abrió los ojos y él cerró la puerta. Ella no hizo nada y él se puso al día unos meses después.

Siempre que hago este bendito trámite pienso en él. Esta señorita me mira como si me estuviera haciendo un favor. A pesar de que atenderme es su trabajo, me dice hipócritamente condescendiente que va a mirar que puede hacer, a sabiendas de que mis papeles están correctos. Y yo me pregunto cómo se dirá en francés: “Usted haga lo que tenga que hacer (…)”. Pero como sea, mañana mismo lo averiguo.

jueves, 6 de agosto de 2009

Habas

Yo no me quejo. Por lejos que uno se vaya, siempre hay alguien que lo acompaña: uno mismo. La habilidad de ser feliz, de adaptarse, de cambiar, de mimetizarse… Es la misma aquí o allá. Uno se va con lo que es y en la medida que se administre, logra estar bien la mayor parte del tiempo. Yo vivo en un pueblito lindo (a veces demasiado lindo para mi gusto, y también demasiado pueblito), tengo un esposo chévere, un niño al que adoro, desde mi balcón se ve el mar. Pero obviamente vivo partida en dos. Extraño cosas, personas, lugares y tengo miedo de que al volver ya no existan o hayan cambiado. Me extraño también a mí misma, o a la que era, pero eso no quiere decir que la nueva yo, no me divierta: Si antes era despistada, si antes tenía un humor negro y oscuro, si antes lloraba por cualquier cosa, eso sigue estando ahí, pero el cambio de escenario genera resultados inesperados. La conciencia de mi despiste me ha hecho volverme ordenada y un poco más cuadriculada. Mi sentido del humor es peligroso y si a mis amigos de antes los divertía, a mis nuevos amigos los asusta. Y llorar por todo, se redujo a tener ganas de llorar y aguantárselas para no asustar a mi niño o al menos para no contagiarlo de nostalgias ajenas.


Me volví ligera. Viajo liviano. A veces salgo sin maquillaje. Uso ropa de promoción. Ya no tengo estrato. Ya no soy ex alumna de ninguna parte. Ni socia de nada. Ni VIP, ni millas, ni puntos. Ahora soy inmigrante pero eso sólo lo siento a veces en los trámites o con alguna cajera impaciente. Un día soy invisible, transparente; y al siguiente me siento como un papagayo en una reunión de osos polares.

No soy ni más ni menos feliz. La vida no es una película gringa que se resuelve con un beso a contraluz. La felicidad no tiene nada que ver con vivir en el Primer Mundo. En las autopistas de 10 carriles no hay puestos de mazorcas. A veces la civilización es más inhóspita que el desierto más seco. Acá no hay misceláneas, ni servicio a domicilio, ni aguacates en el semáforo. Y muchos dirán que esas cosas son sintomáticas del subdesarrollo, que son una vergüenza, que no vamos para ninguna parte. Algún imbécil nos dijo que lo que somos no era suficiente. Algún atrevido nos trató de narcotraficantes y no mencionó que cada país tuvo su historia y sus tragedias. Acomplejados no preguntamos cuantos Nazis había en sus familias, si sus tíos bombardearon Hiroshima, si sus antepasados traficaban con esclavos, o si deforestaban las selvas.

A mí que me muestren un país sin suegras, sin intolerancia, sin racismo, sin hipocresía. Sin empleados públicos intransigentes. Sin ancianos solos. Sí, es verdad, acá los niños no se mueren de hambre, pero el origen de esa riqueza es el oro de alguna colonia, o los diamantes de sangre o el buen negocio de las armas y la guerra.

Yo no soy ni más ni menos feliz. Yo sólo miro cómo se cuecen las habas de aquí y de allá. Ni mejores ni peores. Solo habas.

Artículo especial para Conexión Colombia.

martes, 4 de agosto de 2009

Destino esquivo

Cuando llegue a Francia por primera vez me preguntaban si yo sabía bailar como Shakira, a lo que yo contestaba que no, que yo si sabía bailar. Luego me preguntaban que si yo había conocido a Ingrid, a lo que yo contestaba que los que no la conocían eran ellos. Después me toco traducir al francés "La camisa negra" de Juanes, como si algo así tuviera traducción. Y ahora me van a preguntar que si yo soy una "Loba" como Shakira. Destino esquivo.

sábado, 1 de agosto de 2009

Andorra

Andorra es un principado ente España y Francia que al igual que Panamá o Luxemburgo permite que el comercio esté exento de impuestos. Como no estábamos tan lejos, aprovechamos para visitarlo. En resumen es una horrible región, con una horrible ciudad, llena de centros comerciales y almacenes con todas las marcas más prestigiosas. Como en el resto de Europa estaban en “saldos”. Toda una ganga: Sin impuestos y con descuentos del 30, 40 y 50%. En una vitrina una camisa para el bebe. Linda y con el logo de la marca lo suficientemente grande para enfermar de envidia a los demás niños de la guardería. Preguntamos el precio. Sin los impuestos y después del generoso descuento del 50%, equivalía a 16 de las camisas que le compramos para el verano. Primero me dio risa y luego sentí una extraña liberación: Nada me obligaba a comprarla.

Sabiduría Mexicana

Conocí a una señora mexicana que vende artesanías en los mercados de los pueblitos de la región. Conversamos. Intercambiamos coordenadas. Nos reímos y llegamos invariablemente al tema de la “Crisis Mundial”.
- ¿Y se te han bajado las ventas desde la “crisis”?
- Si un poco… como si a los franceses realmente los afectara…
- A mí me parece que ha sido exagerado el cubrimiento que le dan los medios…
- Es que ahí está el problema: Un francés, por más estudiado que sea, piensa que todo lo que dice la televisión es verdad. Mientras que hasta el mexicano más pobre sabe que todo lo que sale en la televisión es mentira.
- Amén.

Como tú

Fin de las vacaciones. 8 horas de viaje en carro en medio de autopistas que parecían parqueaderos. Tu amarrado a tu sillita de bebé, dormiste, jugaste, gritaste, tomaste tetero, te untaste el pelo de galleta… Bendito sea Mac Donalds que nos permitió paradas técnicas donde pudimos hacer pipi, cambiar pañales, comer helado y jugar en los espacios para niños. Es el único lugar de la tierra donde no es terrible tener chinos malcriados, llorones e hiperactivos. La comida es horrible pero ¿A quién le importa?

Durante la última hora del viaje tu papá y yo cantamos “Manamana Patipitipi” para calmar tus gritos desesperados. Al final te uniste a la parte del “Manamana” y te pareció cursi el patipitipi.

Llegamos. Estabas pegado a la silla del sudor. Yo subí contigo y nos metimos a la ducha en el término de la distancia. Qué delicia. Te envolví en tu toalla de sapito y prendí la luz de tu cuarto. Al mirar todos tus juguetes dijiste: ¡WOW!, y te pusiste feliz como si fuera la primera vez que los vieras. Como si todos fueran regalos nuevos. Saludaste cada carrito, tus sapitos, tus perros, tus títeres…

Estabas feliz de volver a tu casa a pesar de que durante las vacaciones no saliste de la piscina, le hablaste a los animales del zoológico, comiste papas a la francesa en todos los almuerzos, subiste montañas y visitaste la cueva de las estalactitas.

Me preocupa que va a ser muy, muy, muy difícil educarte, porque la mayor parte del tiempo me gustaría ser como tú.

jueves, 23 de julio de 2009

Solicitud frívola y superficial

Querido Dios,

Mi hijito divino, gracias, mil veces más especial de lo que hubiera podido imaginar. Mi esposo, es un hombre bueno y amoroso, pero el matrimonio por más querido que sea el cónyuge, es de por vida y eso tiene sus inconvenientes. Francia, pues chévere si yo fuera francesa, pero no me puedo quejar. Generalmente no te pido nada. No lo hago por arrogancia. Pero tengo una solicitud, no sólo para mí sino para todas las mujeres del mundo. Esto mostraría tu compromiso con nuestra causa, tu reconocimiento a nuestra labor, la reivindicación de nuestro esfuerzo como madres, esposas, hermanas o amigas. Dios mío, por favor, haz que el oficio cuente como deporte y/o como actividad física. Que las horas que invertimos recogiendo juguetes, colgando y recogiendo ropa, ordenando cajones, cocinando, lavando la nevera, bajando la basura, subiendo el mercado, clasificando frascos y acomodando refractarias, buscando el zapato compañero, sacándole la mancha al tapete, echándole agüita a la mata, etc., etc. Dios mío que eso sea suficiente para quemar las calorías extras o en su defecto para dejarnos comer postre sin culpa. Que cuando vamos al nutricionista, el atrevido no pueda decirnos: - Señora, imposible que no le quede una hora libre al día para salir a correr. Si no pone de su parte, no hay nada que yo pueda hacer. – Y si lo anterior no se te da, no te sientas en deuda conmigo, con lo demás ya te luciste. Pero viniendo de tu parte, sería un detalle de fina coquetería. Amén.

viernes, 17 de julio de 2009

17 de Julio

Cerca a mi casa hay un cafecito que desde la prohibición de fumar en este tipo de establecimientos está de capa caída. El dueño decidió instalar un televisor para que durante el verano la gente venga a ver el Tour de Francia. En el paseo diario con el bebé nos detenemos, compramos una botellita de agua que compartimos y nos sentamos al lado de un hombre anciano a ver la etapa.

- El Tour ya no es lo que solía ser… - Comenta el hombre anciano. -
- Y ahora con los auriculares, la tecnología, el doping. ! Esos ya no son deportistas, son cyborgs! - Agrega el dueño del café en tono burlón. -
- ¿En su país conocen el Tour de Francia? - Me pregunta el dueño del café amablemente.-
- ¡Claro! Todos fuimos fanáticos del Tour gracias a Lucho Herrera y a Fabio Parra.
- Por supuesto Lucho Herrera, el rey de las montañas. - Aseguró el anciano. -
- ¿Se acuerda usted de él?
- Claro, los colombianos eran famosos por que subían paredes. Claro, entrenados en Los Andes. -

Yo no lo podía creer, era el primer francés que conocía a los colombianos por algo más que los temas de siempre y que además sabía que a Colombia la atravesaba la Cordillera de Los Andes.

- Yo era niña en el 85 cuando ganó la etapa entre Autrans y Saint-Étienne. Me acuerdo estar en piyama con mi hermano mirando el Tour por televisión. A pocos metros de la meta se cayó de la bicicleta y se rompió la cara, mi hermano y yo gritábamos como locos, pero Lucho se paró y ensangrentado atravesó la meta. Se podían oír los gritos en las otras casas.
- Ese año fue memorable.
- Si…
- ¿Y los colombianos no hacían doping?- Pregunta el dueño del café con la intención de que no termine la conversación.-
- Yo diría que no, pero sí comían panela…
- Ah sí, los ladrillos de dulce… - Comenta de nuevo el anciano que no deja de sorprenderme.-
- La panela es un alimento hecho a base del jugo de la caña de azúcar. Se puede comer directamente o usarla para endulzar bebidas y postres. Es energía pura.
- Yo me acuerdo que hicieron un reportaje en televisión sobre la panela, a propósito de los colombianos en el Tour.
- El señor Olivier es un erudito del ciclismo. - Comenta el dueño del café. -
- Del ciclismo y de muchas cosas más. -Agrego agradecida por la conversación. -

El señor Olivier me toma las manos y sonríe. La etapa termina, el niño esta acalorado y es hora de volver. Me despido.

Tal vez yo no tenga con quien celebrar el 20 de Julio, porque soy la única colombiana en kilómetros y kilómetros a la redonda, pero por 20 minutos me acordé de mi hermano, de Lucho Herrera, de las vacaciones en piyama hasta medio día, de la panela que me comía de la despensa.

En mi corazón y por 30 minutos, celebré por primera vez la fiesta de la Independencia, aunque fuera 17 de julio y no 20.

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Artículo especial para celebración del 20 de Julio de Conexión Colombia.