lunes, 14 de septiembre de 2009

Burkina Faso

En el colegio privado me acusaban de comunista porque mi papá era profesor de una universidad pública. En la universidad pública no me bajaban de niña rica porque había estudiado en un colegio privado. Cuando trabajé con los yupis me aguantaba chistes idiotas por haber ido a una universidad pública. Cuando era profesora en una universidad privada católica, me acusaron de no tener “caridad cristiana” por pelear con un celador que no me dejaba entrar, porque no creía que alguien tan joven pudiera ser profesor. Ahora soy inmigrante en un país del primer mundo que le teme a la diferencia. Tal vez sea una extraña habilidad para estar en el lugar equivocado o simplemente soy una especie de desadaptada funcional. Estas situaciones no me hacen ni más fuerte, ni especial, ni me han dado poderes sobrenaturales. Es siempre interesante como por todo y por nada, podemos ser discriminados.

Hace unos meses conocí una mujer negra, nacida en Burkina Faso, que a los 60 años está tratando de aprender a leer. Inmigrante como yo, lava platos en un restaurante, trabajo que le permitió comprarse una motocicleta usada, con la que atraviesa 3 pueblos para venir a sus clases de alfabetización. Me saluda con cariño. Me pregunta por mi hijo y comparte mis alegrías. Ella piensa que soy una persona especial porque me gustan sus historias de un país lejano, sin costas en el mar, donde nunca tuvo una cama. Ella me tiene en buen concepto y eso es suficiente para mí.

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