jueves, 22 de septiembre de 2011

Pared Verde

De pronto me desperté y estaba de nuevo en mi cama. En la de ahora. La que comparto. Sábanas y almohadas de Ikea. Pared tapizada en papel verde. Algún día he de cambiarlo. Habíamos vuelto. El viaje se había acabado. No puedo escribir una crónica. No se en que orden pasaron las cosas. El apartamento aún esta desordenado como antes del viaje y las maletas desocupadas tienes stiquers que prueban que hemos ido y vuelto. Descubro a mi cerebro evitando las cosas que me ponen triste. El sabe que -mi cerebro- la única forma de que no me ahogue en mis tristezas es esquivándolas. Entonces me manda flahs backs, cortos y eficaces, para que navegue en ellos. Mis nuevos recuerdos. Otros más. Una ciudad grande, muy grande. Millones y millones de personas en movimiento. Personas que hablan, que hacen ruido, que sonríen, que maldicen. Taxistas que me aconsejan, que se confiesan, que me preguntan donde voy para saber si me llevan o no. Un pequeño atraco en el centro de la ciudad donde sólo perdemos un paquete de cigarrillos. Un vasito lleno de piña de mil pesos. Mucha, mucha gente. Me he vuelto extranjera en mi propia ciudad. Vamos a jugar al parque con mi niño que a pesar del 50% genético colombiano es el "francesito". Caminamos y caminamos jugando a ser turistas. Nos lamemos los dedos en restaurantes deliciosos y hacemos la cuenta de cuanto nos costaría en euros. También vemos como nunca podríamos comer tan bien en Francia, porque la misma calidad cuesta 5 o 6 veces lo que pagamos en Colombia. La familia. La de verdad y la que uno va escogiendo con el paso del tiempo. Los que lo quieren a pesar de que uno ya no esté. Cuando los veo me pregunto como es que he aprendido a vivir sin ellos. Pasamos un día en Tabio dedicados a los pecados de la carne: morcilla, longaniza, lomo... Y también a los pecados del carbohidrato: papas criollas, papas saladas, mazorcas, plátanos... Un chuzadito de fútbol para bajar el almuerzo. El atardecer. La chimenea. Despedirse con los ojos aguados. Noche de rumba con los amigos. El volumen de la música no nos deja casi hablar. Afortunadamente no han cambiado mucho y yo solo siento que estoy feliz de verlos y de que aún quieran verme. Fiesta infantil con un castillo inflable en el jardín. Violeta tiene la suerte de ser la hija de Paula, que a su vez tiene la suerte de hacer todo con belleza e imaginación. Felipe que nos recibe como un viejo amigo y no nos hemos visto más de dos veces. Abastecernos de medias, camisetas y pijamas como si el mundo se fuera a acabar. Espaguetis carbonara donde Cata, que prepara caipiriñas como los aprendió a hacer en Brasil. Hablo con Cata como si no pasara el tiempo. No me quiero despedir de ella y no la miro a los ojos para no llorar. Ajiaco donde Claudia sellado con el mejor jugo de guanábana. Pocos son tan buenos anfitriones como ella y en pocas sobremesas me he reído tanto. Canastos de la plaza de mercado. Corte de pelo. Manicure. Pedicure. Ordenar los closets para liberar a mi mamá de todas esas cosas que no puedo traer. Doralba que siempre logra que su compañía ilumine el día. Mi hermano Santiago que se transforma en el mejor tío. Angela que sube con Ceniza para felicidad de Alexander. Atravesar la sabana con Iva, Vlady y Nico. Hacer las maletas. Despedirse. Qué podría decir. Sobrevivir al viaje de regreso, largo y triste. Despertarse otra vez en el "primer mundo", en  una ciudad pequeña, con poca gente que a pesar del silencio se queja del ruido.  Cerebro en modo francés. Ça va madame Blanc? Ça va.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un abrazo.
Scarlet.

Anónimo dijo...

no nos conocimos en la universidad pero Mariluz Restrepo hablaba mucho de ti. Por casualidad descubrí tu blog y me encanta. Me imagino lo agri-dulce del regreso a tu ahora casa. Un abrazo, ya todo se reacomodará.

Anónimo dijo...

Eliza
Llore con tu post es dificil regresar y sentir el vacio de la familia, mucha fuerza y suerte