martes, 6 de enero de 2009

Macho conocido

Cuando yo era novia del que hoy es mi esposo, era la envidia de mis amigas. Mi esposo rubio, ojiazul, francés, de uniforme, era el sueño de muchas. Como estaba de misión en Colombia su sueldo en euros era una fortuna que disfrutábamos y que nos alcanzaba para todo. Después de cada viaje, llegaba mas enamorada de ese señor encantador que ayudaba en la casa, que sabía hacer cosas que pocos hombres colombianos hacen, como meter la ropa a la lavadora, sacarla y luego colgarla. “No mija, que suerte la suya” conjuraban y yo claro, feliz.

Llevo un año viviendo con él. Mi esposo sigue siendo el hombre chévere del que me enamoré, pero ahora vivimos en Francia. Entonces el sueldo que antes era una fortuna, es lo justo para un país en el que comerse un crepe en un restaurante puede costar entre 2 y 5 veces lo que vale en Bogotá. El sigue ayudando en la casa… y más le vale, porque acá no hay ni la más mínima posibilidad de tener ayuda. Y gracias a Dios el tipo tiene fuerza porque vivimos en un quinto piso sin ascensor y la subida del mercado es casi un deporte olímpico, además como es uno el que lo empaca y el que lo sube al carro, es una actividad que pone en riesgo la salud.

A eso hay que sumarle las visitas de los niños de su primer matrimonio, las que aprovecha mi suegra para visitarnos, entonces a una casa de tres personas pueden sumársele fácilmente otras 3 y el servicio (es decir yo), debe procurar tener comida, cama, ropa y todo lo necesario de este montón de gente, en períodos que varían de 2 días a 4 semanas. Obviamente la familia política que viene feliz de visita, desaparece el día que uno tiene gripa, o que necesita ayuda con el bebé.

Entonces, en los dos o tres minutos que me quedan libres al día, yo me pongo a pensar, que muchas nos descrestamos con los hombres extranjeros, por esa cualidad que tenemos para pensar que el pasto es más verde del otro lado. Es ingenuo pensar en encontrar la felicidad, sobre todo cuando uno solo vio lo que quiso ver, cuando el amor le inhibe el hemisferio lógico del cerebro, cuando deja todo: familia, amigos, trabajo, por el amor de un hombre en un escenario ajeno.

Yo quiero a mi esposo, pero a veces me imagino cómo sería mi vida, con un hombre colombiano, pero cerca de mi familia, de mis amigos, en mi trabajo… con la posibilidad de dormir un ratico por la tarde todos los domingos, mientras mi mamá consiente a mi hijo.

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