viernes, 11 de diciembre de 2009

La heredera

Nadie se merece una herencia. O al menos no se la merece tanto como cree. No la trabajó, no la ahorró, simplemente la esperó o le llegó porque alguien más desapareció. Había una publicidad que decía que si usted no viaja en primera clase pudiendo hacerlo, sus herederos lo harían. El problema de no saber cuándo se muere uno, hace que guarde o ahorre inútilmente unos recursos que debió disfrutar. Por el contrario, entre mejores sean esos recursos más contentos estarán sus parientes cercanos de cualquier falla en su salud o de las posibilidades de un accidente. Cuanto hijo indigno aparece llorando a reclamar su pedazo de la casa, la lámpara de la sala y el espejo de la entrada, a pesar de no haber movido un dedo los últimos 20 años por su anciana madre. Las herencias como todo lo que tiene que ver con dinero, tienen un lado oscuro, una historia, un pasado.

Yo he recibido una extraña herencia: el 50% de un divorcio. Un montón de muebles de pino. Con lo lindos que son los pinos en las postales de Los Alpes, o en las tarjetas de navidad, ¿Porqué vienen a invadirme a mí que nunca tuve la intención de cortarlos?. También heredé montañas de sabanas, toallas y limpiones viejos, que han desaparecido misteriosamente, cada vez que hay promociones de lencería y ropa de hogar en Carrefour. La mitad de una vajilla azul y amarilla de pésima calidad que se rompe cuando toca el piso con el más mínimo impulso. Un juego de copas de cristal que no me hace feliz, pero que no me incomoda. Unos cubiertos de mango azul plástico, que se confunden con la comida y van a parar a la caneca al menor descuido. Una docena de electrodomésticos tipo waflera, sanduchera, crepera, que dado su buen estado, no me producen ni frio ni calor. Pero también lo heredé a él. La máquina del diablo como le dice mi esposo. Un ayudante de cocina con más de 50 accesorios. Algún día buscando si entre todas esas cajas había una licuadora para hacer jugo lo encontré en su empaque original. Nuevo. Sin abrir. Incluía la licuadora así que lo saque y preparé un jugo de banano con mandarina. El que hoy es mi esposo que en esa época era mi novio, saltó como una fiera a la cocina a ver qué era lo que sonaba, y me encontró con las manos en el ayudante. Si el ayudante hubiera sido un muchacho buenmozo de 20 años, no se habría puesto tan furioso. Me dijo que era una máquina carísima y delicadísima. Que tuviera cuidado de no dañarla. Y dicho y hecho, yo seguí experimentando con tan mala suerte que le puse mal una de las 50 piezas y sonó un ruido horrible que evidenció que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Segunda vaciada. Y así sucesivamente. Un día con juicio saqué el manual y aprendí todas y cada una de las funciones. Pero cada vez que lo usaba mi esposo se ponía insoportable. Le pregunté a mi cuñada si sabía la historia del señor Moulinex. Haberlo sabido. Fue el último regalo de mi suegra a la anterior esposa de mi esposo, con una nota: “Para que aprendas a cocinar”. Sutil y a la yugular como todas las cosas entre suegras y nueras. Después de 10 años de comer todos los fines de semana en su casa, le regala algo a ver si por fin aprende. Encantadora como siempre.

Como buena herencia yo lo disfruto sin merecerlo. Ya casi lo domestico. Ya sé hacer papas y platanitos en chips. He hecho tortas de zanahoria y de espinaca. Toda clase de ponqués, tortas y masitas. Jugos y sorbetes. Guisos, salsas y picadillos. Lo uso como licuadora, como batidora y como picadora y sé que hay otras utilidades que aun no he ensayado. Pero siempre que lo uso pienso que nadie sabe para quien trabaja, o como un regalo que era para amargarle la vida a unos, termina facilitandole la vida a otros.

2 comentarios:

Guillermo dijo...

Por lo menos a vos no te van a dejar "la notita"!

José Luis López Recio dijo...

Curioso lo de la herencias. Soy de la opinión de que principalmente sirven para provocar peleas. Disfruta de las cosas que te gustaron.
Saludos