jueves, 18 de marzo de 2010

La rifa del tigre

El matrimonio se parece a ganarse la rifa de un tigre. Cuando uno va a los zoológicos que son las casas de las amigas casadas (y ojalá con niños), se descresta con la belleza del animal. Entonces uno hace todo para ganarse el premio. Compra las boletas. Espera. Se ilusiona y finalmente un día se lo gana. El mio es rubio, ojiazul y con acento francés. Por algún tiempo fui la envidia de mis amigas solteras. Las casadas no me envidiaban porque sabían y no me lo dijeron, que tigre es tigre. Pero llega el día de irse a vivir con el felino en mención. Entonces empieza el trabajo que implica tener un bicho de estos en la casa: cocinar, lavar, recoger, etc. También habrá que ocuparse semanalmente de los tigrillos concebidos con otras hembras y por si fuera poco, aguantarse la suegra que por obvias razones será una fiera.

Hace unos días mi esposo fue asignado a una misión más larga y más lejos de lo habitual. Al saberlo entre en crisis: Qué voy a hacer yo acá sola y con el niño… Pero el estrés de la misión exacerbó al tigre, como si estuviera enjaulado pero listo para irse de casería. Entonces por arte de magia mis dudas sobre que voy a hacer se despejaron: redecoraré la jaula, perdón, la casa, pasaré uno que otro día en piyama, dormiré con la televisión prendida, no contestaré el teléfono cuando llame la fiera, etc.

No es que diga que no me va a hacer falta, pero si cuando el gato se va los ratones hacen fiesta, ¿Cómo será cuando se va el tigre?
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El de la foto no es un tigre, pero esa es la idea.

1 comentario:

José Luis López Recio dijo...

Buen planteamiento, en lugar de agobiarte, aprovecha para hacer las cosas que normalmente no puedes hacer.
Un abrazo