domingo, 21 de marzo de 2010

Primavera

Cuando está por llegar la primavera los cerezos estallan en flores blancas y rosadas. La temperatura sube cada día un poquito. Un día se sale sin gorro, otro sin guantes, otro sin bufanda… a veces llueve a cántaros y toca devolverse por el impermeable. Todo va cambiando y yo que crecí en Bogotá donde las 4 estaciones pueden suceder en un solo día, me sorprendo. Negocio magnifico este de estar alejados de la línea del Ecuador. Cambia la decoración de las casas, la ropa, los zapatos, los cosméticos, las prioridades. Increíblemente no sirve nada de una estación a otra. Lo que más me gusta es que cambia la dieta. En las noticias informan que ya podemos comer fresas francesas. Son rojas, enormes, brillantes. La periodista parada en medio del cultivo las prueba y hace: ¡Mmmm! Presa del mundo mediatizado me emociono, me pongo la chaqueta, se la pongo al niño y me voy a comprar fresas. 4 euros el kilo. No importa. Cojo mi cajita y cuando me dirijo a pagar, una mujer con un abrigo beige, rubia y espigada se acerca, coge una de las fresas y me muestra como no está “perfectamente” madura. Alega, está furiosa. El 7% de la fresa no está totalmente roja. Yo asiento con la cabeza. No digo nada. Sigo. Miro mis fresitas.

Yo he hecho todo para integrarme a este país. Hablo, leo y escribo su idioma. Me leo los periódicos y las revistas. Veo los noticieros. Trato de aprender su historia para comprender su visión de la vida. Espío las conversaciones de la gente en los restaurantes. Sigo sus leyes. Me como sus quesos. Me tomo sus vinos. No sé que más podría hacer. Me estoy dando por vencida. Nunca seré una verdadera francesa. No sólo no me parece grave que el 7% de la fresa no esté “perfectamente” roja. Sino que me dan unas ganas incontenibles de mechonear a la rubia del abrigo, que no sabe lo que es el hambre, el respeto a la naturaleza, lo sagrado en los alimentos. Si yo fuera valiente le echaba la madre. Pero no, me subo al carro y me como una de las fresitas. Esta dulce, fresca, jugosa. Es una lástima que la gente a mi alrededor no la pueda disfrutar.

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