lunes, 3 de mayo de 2010

Pulgas

Paula me invita al mercado de las pulgas. A las 9:30 esta lista frente a mi carro con la bebita instalada en la silla y el coche en el baúl. Yo bajo a las carreras con mi niño, al que se le asoma la barriga entre la pantaloneta y la camiseta. Nuestros paseos se parecen a un trasteo. Un carro con dos niños, dos mamás, dos coches, 12 teteros, 10 pañales y una tonelada de pañitos húmedos. Como en todos los mercados de las pulgas hay 6 montañas de basura por cada cosa que sirve para algo. Paula vendía ropa interior que compraba por internet al lado de una pareja de ancianos que parece sacada de una película de Vittorio de Sica. Sin dientes y con la mirada del que no espera nada, están sentados al borde de su camioneta frente a una sabana llena de partes de electrodomésticos. Ella los abraza y los besa. A pesar de llevar solo 3 años viviendo en Francia (después de dejar su Brasil natal) habla casi perfectamente el francés, y como lo disfruta, es difícil para ella estar en silencio más de un minuto. No encontramos nada. Nos divertimos preguntando cuánto cuestan los juguetes que hemos comprado nuevos a nuestros hijos. En nuestro cálculo todo lo que hay en las habitaciones de los dos niños, no se vende por más de 50 euros, a pesar de los cientos de euros que nos costó. El juguete que compramos con tanta ilusión en el almacén, se ve como un pedazo de plástico ridículo al lado de un conejo de peluche rosado bañado en polvo y mugre. Al final del mercado hay un puesto de frutas atendido por unos gitanos. Compramos alverjas frescas, uvas, fresas, naranjas y aceitunas para comer por el camino y escupir las semillas. Paula se acerca a pagar mientras yo cuido los niños que duermen rendidos. Estamos atravesados en el camino de una mujer que furiosa vocifera que al mercado no deberían llevar coches. Paula ofendida empieza a gritar. Una mezcla de groserías e insultos en francés y portugués. Aprovecho el desorden y la acompaño en la trifulca. Yo se que está triste. Una de las personas a las que les hizo el aseo esta semana, suspendió el contrato con la agencia porque no quiere que a su casa entren extranjeros. Tenemos otra vez la conversación de siempre. La mentira de la “integración”, el racismo, los prejuicios. Para no caer en la nostalgia del domingo le recuerdo que en todas partes hay gente buena y gente mala y que mi religión me prohíbe cocinar los domingos. Vamos al restaurante de siempre y repetimos el menú. No se lo he dicho, pero tal vez ella lo sabe, ella hace parte de mi lista de la gente buena que vive en Francia y me hace muy feliz que sea mi amiga.

1 comentario:

Unknown dijo...

Que amiga tan linda eres...y que fortuna conocerte... siempre que leo es como leer el mensaje de la semana el necesario para recargarnos de energía..un abrazo para ti y un beso enorme para tu bebé hermoso