martes, 30 de marzo de 2010

La camisa verde

- Hola tía, ¿Estás brava conmigo que no me has vuelto a llamar?

- Mijita después de la vergüenza que nos hiciste pasar…

- ¿Cuándo tía, yo qué hice?

- Mi reina, como se te ocurre decir a ti, que todos somos iguales en la mitad de las onces, que para colmo, hacíamos en honor de tu visita a Bogotá.

- Pero tía, Magolita de Child me preguntó que yo qué había aprendido en estos dos años, yo sólo le dije lo que pensaba.

- Mija es que esas ideas tuyas son simpáticas en familia, para ponerle picante a la discusión, pero son peligrosísimas. Uno no dice esas cosas en púbico. Tu tío y yo te las aguantamos, porque te conocemos, pero ¡Qué contrariedad!

- Discúlpame tía, que pena contigo y con Magolita.

- No si la más conmocionada fue Bertica de Useche. Al otro día me llamó muy descompuesta, que si yo me imaginaba qué pasaría donde esas ideas tuyas se promovieran. Qué pasaría con sus cultivos de palma y con sus acciones en la EPS. La gente de bien se iría para el carajo mija.

- ¿Y estaba muy descompuesta?

- No tanto como Estelita de Campuzano. A ella la llamé yo. Muy triste me decía que no volvía a comprar ningún producto francés. Que si ella hubiera sabido antes que Francia era socialista, y que todo el mundo tenía los mismos derechos, y todas las pendejadas esas de la salud y la educación para todos, ella si no le hubiera gastado un peso a la champaña francesa, ni a la visita al Museo de L’Ouvre. Qué dónde esta el caché de comprar le cosas a un país donde no se sabe quién es quién.

- No tía que pena contigo. Pobres tus amigas.

- Tu tío dice que gracias a dios no viniste en período de elecciones. Que ya estarías en las plazas públicas con una camiseta verde, contándole a la gente tus hallazgos en el primer mundo.

- No es para tanto tía. Además ¿Quién me oyó? Unas amigas tuyas a las que lo que dije les parece espantoso.

- Si claro, hazte la pendeja, que Conchita oyó todo mientras nos servía las onces, y claro, al otro día me recordó que no la tenemos afiliada al seguro y que si era posible que tuviera libre el sábado además del domingo. No faltaba más que ahora me toque a mí hacer desayuno los sábados.

- ¿Y qué vas a hacer hoy?

- Mija pues nos vamos a un meeting político en el club. Toca hacerle fuerza al candidato que garantice que todo seguirá igual, no sea que se nos cuele algún intelectual que le enseñe cosas raras a la gentecita y se nos acabe la comodidad. ¿Y tú qué vas a hacer mijita?

- No tía, nada especial, como es sábado nos levantamos tarde y ahora estamos haciendo el desayuno.

viernes, 26 de marzo de 2010

El álbum

Para el día en que me preguntes quién era yo antes de venir a Francia. Por qué soy diferente. Por qué tengo este acento, o Por qué hablamos español en nuestra casa, preparé un álbum de fotos. Muchas me las robé de los álbumes de la abuelita, otras estaban guardadas entre cajones del que fue mi cuarto. Muchas están en mala calidad porque estuvieron pegadas en un corcho mientras fui adolescente. No están en orden, porque la vida no pasa en orden. Simplemente pasa. Verás que en las fotos hay otras personas: Están mis amigas del colegio, mis compañeros de trabajo, mis abuelos, mis alumnos, gente a la que quiero o a la que quise, o a la que sigo queriendo aunque no esté con nosotros. No hay fotos de mis novios porque todas las rompí llorando. No hay ninguna con frenillo porque el tiempo que lo tuve no dejé que nadie me fotografiara. Hay muchas con mi hermano, porque a pesar de pelear día y noche, hicimos muchas cosas juntos. De la abuelita hay pocas porque no le gustan las fotos. Cuando terminé de ponerlas en el álbum me di cuenta que las cosas que me parecían terribles no lo eran.Que uno se viste siempre de los mismos colores.Que a pesar de las
circunstancias uno siempre puede reírse para la foto. Espero que cuando lo veamos juntos nos riamos mucho y no me ponga triste como hoy al observarlo.

domingo, 21 de marzo de 2010

El palillo

El congresista se limpia los dientes con un palillo mientras comienza la interlocución. Gordo. Sudoroso. Grasiento. Estaba rico el almuerzo. Saluda a un compañero. Se saca el pedazo de carne. Se pasa la mano por la solapa. Esta lleno. Disimula mientras se afloja el botón del pantalón. El sabe que no puede acompañar el almuerzo con cerveza porque eso le produce sueño. Dios mio, que si me duermo no ronque.

El está en un corredor del hospital esperando una habitación. Es un niño. Esta enfermo. A pesar de la precariedad de sus empleos y de la contratación indigna, sus papás han hecho todo para pagar la cuota de la EPS. Pero el sigue ahí, en el corredor. Con frio. Asustado.

Empieza la interlocución. El congresista le timbra a la secretaria para que le recuerde como es que tiene que votar. ¿Mija, al fin quien fué el que nos patrocinó este voto? Detrás de la factura del restaurante anota para que no se le olvide: Votar no. Y subraya. El vecino le conversa. El congresista no le entiende, está lleno. Malaya una sal de frutas. Un tinto. La suerte lo acompaña y se lo toma a ver si entiende al menos al vecino.

Yo rezo desde acá por este niño. Mi familia lleva semanas de peregrinación de hospital en hospital. Trato de no perder la esperanza. Me avergüenza. Me escucho a mi misma preguntándole a mi mamá si no tenemos una palanca. ¿Oye y el amigo que tú tienes allá, no nos podrá ayudar? Repasamos de uno en uno los nombres de la libreta a ver si hay alguien que pueda ayudarnos, porque sabemos que para el niño no es un tema de derechos, es la suerte de encontrar el contacto que nos dé una mano.

El tinto no hizo efecto. El congresista duerme la siesta y yo lo miro dormir, en la página de noticias, donde comentan el hecho dentro de las curiosidades de la semana.

Primavera

Cuando está por llegar la primavera los cerezos estallan en flores blancas y rosadas. La temperatura sube cada día un poquito. Un día se sale sin gorro, otro sin guantes, otro sin bufanda… a veces llueve a cántaros y toca devolverse por el impermeable. Todo va cambiando y yo que crecí en Bogotá donde las 4 estaciones pueden suceder en un solo día, me sorprendo. Negocio magnifico este de estar alejados de la línea del Ecuador. Cambia la decoración de las casas, la ropa, los zapatos, los cosméticos, las prioridades. Increíblemente no sirve nada de una estación a otra. Lo que más me gusta es que cambia la dieta. En las noticias informan que ya podemos comer fresas francesas. Son rojas, enormes, brillantes. La periodista parada en medio del cultivo las prueba y hace: ¡Mmmm! Presa del mundo mediatizado me emociono, me pongo la chaqueta, se la pongo al niño y me voy a comprar fresas. 4 euros el kilo. No importa. Cojo mi cajita y cuando me dirijo a pagar, una mujer con un abrigo beige, rubia y espigada se acerca, coge una de las fresas y me muestra como no está “perfectamente” madura. Alega, está furiosa. El 7% de la fresa no está totalmente roja. Yo asiento con la cabeza. No digo nada. Sigo. Miro mis fresitas.

Yo he hecho todo para integrarme a este país. Hablo, leo y escribo su idioma. Me leo los periódicos y las revistas. Veo los noticieros. Trato de aprender su historia para comprender su visión de la vida. Espío las conversaciones de la gente en los restaurantes. Sigo sus leyes. Me como sus quesos. Me tomo sus vinos. No sé que más podría hacer. Me estoy dando por vencida. Nunca seré una verdadera francesa. No sólo no me parece grave que el 7% de la fresa no esté “perfectamente” roja. Sino que me dan unas ganas incontenibles de mechonear a la rubia del abrigo, que no sabe lo que es el hambre, el respeto a la naturaleza, lo sagrado en los alimentos. Si yo fuera valiente le echaba la madre. Pero no, me subo al carro y me como una de las fresitas. Esta dulce, fresca, jugosa. Es una lástima que la gente a mi alrededor no la pueda disfrutar.

jueves, 18 de marzo de 2010

La rifa del tigre

El matrimonio se parece a ganarse la rifa de un tigre. Cuando uno va a los zoológicos que son las casas de las amigas casadas (y ojalá con niños), se descresta con la belleza del animal. Entonces uno hace todo para ganarse el premio. Compra las boletas. Espera. Se ilusiona y finalmente un día se lo gana. El mio es rubio, ojiazul y con acento francés. Por algún tiempo fui la envidia de mis amigas solteras. Las casadas no me envidiaban porque sabían y no me lo dijeron, que tigre es tigre. Pero llega el día de irse a vivir con el felino en mención. Entonces empieza el trabajo que implica tener un bicho de estos en la casa: cocinar, lavar, recoger, etc. También habrá que ocuparse semanalmente de los tigrillos concebidos con otras hembras y por si fuera poco, aguantarse la suegra que por obvias razones será una fiera.

Hace unos días mi esposo fue asignado a una misión más larga y más lejos de lo habitual. Al saberlo entre en crisis: Qué voy a hacer yo acá sola y con el niño… Pero el estrés de la misión exacerbó al tigre, como si estuviera enjaulado pero listo para irse de casería. Entonces por arte de magia mis dudas sobre que voy a hacer se despejaron: redecoraré la jaula, perdón, la casa, pasaré uno que otro día en piyama, dormiré con la televisión prendida, no contestaré el teléfono cuando llame la fiera, etc.

No es que diga que no me va a hacer falta, pero si cuando el gato se va los ratones hacen fiesta, ¿Cómo será cuando se va el tigre?
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El de la foto no es un tigre, pero esa es la idea.

martes, 9 de marzo de 2010

Treinta y muchísimos

Hace unos días cumplí treinta y muchísimos años. Soy afortunada de vivir en Francia donde hay tanto viejito, porque acá sigo pareciendo joven, mientras que en Colombia estaría en la categoría de las “cuchi”, con el agravante de no tener la plata ni la intención de plastificarme en “cuchi-barbie”. Cuando el hijo de mi esposo hizo la cuenta de cuantos años tenía sentí como una caída libre en el estómago. Después me di cuenta que no era tan grave. Ya superé los años atroces entre los 15 y los 20, donde uno quiere parecer de 30 y pretende que se las sabe todas. Ya tuve frenillo. Ya sé que no se me ve bien la permanente, ni los rayitos rubios. Ya no tengo la angustia horrible de quedarme solterona que tuve entre los 20 y los 30. El hecho de no tener que “pensar” en otro me dio a posibilidad de crecer, de viajar, de darme gusto, de trabajar en cosas interesantes y diversas… pero vaya y dígale eso a una muchacha de 25 años, que llora porque no le ha llegado el mancito que es. Tiempo tan perdido el de sufrir por estar soltera. Si hubiera invertido ese tiempo en aprender idiomas y en hacer ejercicio, sería una mamasita políglota. Tuve suerte porque me llegó el que era a los 30 y la maternidad a los 35: yo ya había rumbiado, comido y comprado todo lo que se me había antojado, ya no era un problema la estabilidad, ni la monotonía, ni el sacrificio. Hoy me pregunto como hace una niña de 14 años para ser mamá y no sentirse perdida y a veces desesperada.

Sin que ahora sea una matrona disfruto de una insipiente sabiduría: Las más bonitas no son necesariamente las más felices. Los más bonitos son los que más hacen sufrir y con los que menos se tiene de que hablar. Cuando uno piensa que la plata lo es todo, lo que tenga nunca será suficiente. Si te responden que no importa, si importa. La inversión que se haga en la fiesta de matrimonio no garantiza el éxito de mismo. Ahorrar es bueno. Gastar también.

Pero claro toda esta sabiduría ya no me sirve de nada, porque me cambiaron todas las preguntas. ¿Cómo hago para educar a este niño y que no quede ni psicorígido ni salvaje? ¿Cómo hago para ser una buena madrasta y no oscilar entre Cruela de Vil y Mary Popins? Si el hijastro se vuelve adolecente ¿Dónde puedo esconderme? ¿Me toca pagar los impuestos por Internet? ¿La póliza de qué? Excuse moi je n'ai pas compris. Si mi amor. No mi amor no los he visto. Dame 5 minutos. ¿Se van a divorciar? ¿Qué yo qué opino? ¿Lo pongo a fuego lento y lo saco cuando este doradito? ¿Viene tu mamá este fin de semana?

Me imagino que cuando esté cumpliendo cuarenta y muchísimos tendré algunas de estas respuestas. Solo espero administrar mis neurosis equilibradamente y celebrar cada año aunque la cifra se vuelva inconfesable.