Uno se va. Cambia. Se adapta. Se hace una armadura. Escoge que olvidar y que recordar. No piensa en muchas cosas. Adquiere hábitos. Nuevas manías, vicios y costumbres. Se da permiso de seguir haciendo algunas cosas a la colombiana. A veces pone a Carlos Vives. A veces lee los periódicos por Internet. Pero uno sabe que para que la tristeza no gane, esas cosas no deben ser el centro. Entonces arma en el corazón un compartimento, donde guarda todo eso que uno era. No deja de ser, pero deja de estar.
Pero un día vuelve y todo lo que ama, lo que odia, lo que adora, lo que no sabía que extrañaba lo atropella. Lo acosa. Lo abraza. El viaje se vuelve un revuelto de emociones que van de desde el dolor de muela hasta el éxtasis pasando por la alegría, la nostalgia, la pena. Maldita sea. ¿Cómo es que puedo vivir sin el jugo de curuba? ¿Cómo es que puedo pasar meses sin conversar contigo? ¿A qué horas se crecieron estos niños? ¿Por qué diablos no pasan por la cebra? ¡No, no me pongas noticieros colombianos! ¿Se acabó La Piazzeta? ¿Te acuerdas de ese almacén que quedaba en la esquina? Lástima, cambiaron el menú. ¿Ya no viven ahí? ¿En serio? ¡No, qué injusticia!
Percibe el cariño firme a pesar del tiempo y la distancia. El peso de sentirse abandonado. La carga del que se queda. La incertidumbre del que queriéndose ir no lo ha hecho. La envidia de los que están convencidos de que afuera todo es mejor. La pereza de volver a quererse para tener que despedirse. Otra vez. No me acordaba que te quería tanto.
Uno vuelve y narra su cuento. Donde vive. Cómo. Qué hace. Repite anécdotas. Trata de explicar eso que aún no ha entendido. Que es lo mismo pero diferente. Que no es mucho más feliz. Que allá, en el nuevo hogar que trata de construir, también le da gripa, también hay que subir el mercado, también se aburre, también se cansa. Compra artesanías que nunca habría volteado a mirar si viviera en Colombia. Arma su maleta y se va. Otra vez. No me acordaba que te extrañaba tanto.
viernes, 29 de enero de 2010
jueves, 21 de enero de 2010
Ruido. Desde Bogotá.

sábado, 16 de enero de 2010
Pecados de omisión.

lunes, 11 de enero de 2010
La foto. Desde Bogotá.

18 horas

Y si en el viaje te portaste como un príncipe, el Bogotá has sido el rey. Has comido papitas criollas, morcillas, chorizos, arepitas, plátanos rellenos de bocadillo. Hemos salido por las mañanas, atravesamos el conjunto, compramos el pan y nos devolvemos compartiendo un roscón. Me acompañas a comer Sushi con los amigos de mi pasado remoto y siempre logras que terminemos jugando contigo en algún parque. Has corrido por todos los centros comerciales, mientras tu tío “Tati” (Santi) te persigue muerto de risa. Bailas en la puerta de todos los almacenes donde ponen música estridente y te miras al espejo las luces de los tenis. Te has puesto de ruana todas las reuniones a las que hemos ido. No te afecta el cambio del clima o el de horario. Duermes igual de bien en la camita que te compró tu abuelita, como en la que tienes en la casa. Siempre te levantas tan contento. Me miras como diciendo: “¿Qué vamos a hacer hoy?”. Yo te respondo con un abrazo: “Estar juntos y ser felices mi amor”.
miércoles, 6 de enero de 2010
Desde Bogotá. Plaza de mercado.
Plaza de mercado generosa llena de olores y colores. Comer mandarina mientras escojo las frutas. Regatear. Conversar. Comentar. Buenas vecina. Lleve la docenita. Sólo con entrar siento hambre, ganar de cocinar, de comer. Mundo imperfecto y mágico. Regalo de la tierra. Alverjas desgranadas que nunca estarán en una lata. Arepas, harinas, almojábanas, panelitas, bocadillos. Hierbas para la tos. Remedios para el mal de amor. Quereme. El encime. La ñapa. Córtemela en filetes pero déjeme el gordito. Tiempo sin verla sumercé. Papitas criollas, de las chiquiticas, de las que cocino y luego frito y me como con un aguacate. Huevos de doble yema y cáscara dura. Cilantro, calditos que curan la gripa y las penas. Jugos de curuba, de guanábana, de mango. Ensaladas de fruta monumentales. Longaniza en canasto. Si pudiera te llevaría conmigo.
Desde Bogotá. El tráfico.

Desde Bogotá. Los cambios.

Los días de sol en Bogotá son tan lindos, tan brillantes. Me acuerdo que cuando era niña nos acostábamos en el pasto y si no había una sola nube en el cielo, pedíamos un deseo. En mi vida todos mis deseos se han cumplido de formas extrañas, así que desde hace años cuando tengo la oportunidad de pedir uno, solo repito: “Que todo salga bien”.
Los amaneceres en Bogotá son helados. Estamos resfriados y dormimos con saco y medias. Este frío lo recuerdo, sigue igual.
Los atardeceres siguen siendo tristes. Pero la tristeza se acaba al llegar la noche.
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