martes, 9 de octubre de 2018

Me va la madre

Este documento contiene malas palabras, groserías e improperios, indispensables para establecer un punto de vista filosófico. Se recomienda a los lectores vulnerables abstenerse.
Yo fui educada dentro de la religión católica colombiana. Tres libros sobre la historia de las religiones me ayudaron a salir del closet y confesar abiertamente que soy atea. El problema es que tuve un hijo en Francia y si bien ha sido muy enriquecedor educarlo sin los parámetros de una religión y lejos de mi cultura, a veces me quedo corta de historias y de argumentos para convencerlo de hacer ciertas cosas. La sopa, por ejemplo. Nosotros vivimos en Francia, acá los niños no se mueren de hambre como en la Guajira o el Chocó, entonces la perorata de “Hay niños que se mueren de hambre” no sólo suena abstracta sino increíble.
-No, mamá, ¡no puede existir un país en el que los niños se mueren de hambre!
-Te lo juro, incluso la gente vota por los políticos que se roban la plata para darles de comer a esos niños.
– No, mamá, nadie es tan estúpido.
Para empeorar las cosas al muchachito le encanta la mitología. Mi mamá le regaló de Navidad (porque a los ateos nos encanta la Navidad: somos ateos, no coherentes) un libro de mitología comparada, entonces para él, el diablo con el que a mi me amenizaron la infancia es un “personaje” más, partícipe de una historia entre héroes y villanos. ¡Maldita sea!
Yo que crecí entre los mandamientos, las confesiones, los pecados, las virtudes, el diablo y todos sus productos derivados, no siempre encuentro los elementos de coacción indispensables en todo proceso educativo.
Hasta que apareció en escena el bellaco más indigno y decadente.
Cada vez que Trump sale en la televisión mi hijo alza las manos, hace pistola y susurra: Trump, hijo de puta. Inevitable. Soy responsable. Mea culpa. Yo no le hago pistola, pero cada vez que oigo la última de sus ocurrencias, de sus inmundicias, de sus tuits bajos y asquerosos, no puedo evitar expresar mi asco infinito y decir: “Este es mucho hijo de puta”. Con todas las vocales y las consonantes.
Me di cuenta de que a fuerza de oír mis improperios, mi hijo empezó a interesarse en política. El otro día mientras le leía a mi mamá un artículo de Newsweek en el que los psiquiatras norteamericanos se inquietan debido al incremento en la ansiedad producido por la gestión de Trump, mi hijo declaró: “Yo sé mamá, es una enfermedad que se llama ‘El virus del hijo de puta’”. Y días más tarde mientras veíamos un documental sobre Putin, se quedó mirándome y me preguntó: ¿Entonces este Putin es tan hijo de puta como Trump? Incluso a veces mientras juega, todos los muñecos insultan a un hombrecito todo feo y mal vestido: “¡Oye, pendejo, eres un bruto, eres malo y usas una peluca!
Y llegó la luz.
Una tarde mientras almorzábamos en un restaurante mi hijo empezó a comer con las manos y con la boca abierta.
– Come bien.
– Ouieeee….cronch, cronch…
– Oye, uno come bien por respeto por los otros.
– Ouieeeee…. cronch, cronch….
– ¡Oye! ¡Así debe comer Donald Trump!
– ¡Ah, no, eso no!
Y agarró los cubiertos, se puso la servilleta en las rodillas y empezó a comportarse como un caballero. Entonces comprendí una nueva ética, una simplificación del Manual de Carreño, una síntesis puntal, eficaz y directa de la educación, la moral y las buenas costumbres: No te comportes como un hijo de puta. Hagas lo que hagas, no te comportes como Donald Trump. Bendito seas cerdo asqueroso, que a punta de mal ejemplo, le has dado ligereza y vitalidad a mi discurso:
– Baja la basura y recicla las botellas…
– ¿Por qué yo?
– Porque tú proteges el planeta, no como el otro…
– ¡Ah, no, eso no!
Y se puso los zapatos y aprovechó para reciclar el cartón y el aluminio.
– Respeta a las niñas, comparte los juguetes, protege a los más pequeños, no te agarres a puños con los que no piensan como tú, dialoga, no digas cosas desagradables, aprende de tus profesores, saluda, despídete, lee, disfruta, juega, ¡sé feliz!
– ¿Y las groserías y hacer pistola?
– Resérvalas para ya sabes quién, que se las merece todas.

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