miércoles, 21 de julio de 2010

Modernidad.

Cuando di el salto mortal del tercer al primer mundo, pensaba que me iba al futuro. A un mundo habitado por ciudadanos modernos con una visión amplia de la realidad, de los que iba a aprender miles de cosas. Un paso adelante en la evolución. Me preocupaba no dar la talla y parecer inculta o ignorante. De que voy a hablar yo si esta gente debe haberlo visto todo.

Dos años y medio después he comprendido que la modernidad es una elección, un golpe de suerte, un regalo del destino que aparece aquí o allá, en medio de la pobreza, de la riqueza, de la adversidad, en el primer o en el tercer mundo… El ciudadano moderno, el de la visión amplia, es un espécimen raro y poco frecuente que puede nacer en la Clínica Palermo de Bogotá, o en el hospital Saint-Louis de Paris. Al mismo tiempo en la habitación del lado, nacerán ciudadanos venidos de la inquisición o del renacimiento o pequeños homo erectus que al crecer serán fanáticos de Millonarios o del Olympique de Marseille.

Algunos renegarán y lanzarán improperios recordándome los beneficios de los que goza el primer mundo: el acceso a la tecnología, la educación pública, la magnificencia en la infraestructura, el cubrimiento en salud. Lamento informar que nada de eso garantiza el nacimiento de ciudadanos modernos. Ni aquí ni allá. Quinceañeras que sueñan con el príncipe azul de la edad media. El dueño de la farmacia que piensa que la tierra es plana y que el Mare Nostrum acaba en el Mediterráneo. Vecinos que piensan que aún estamos en la Conquista y que a los indígenas como yo, no los dejan ir a la universidad. Gobiernos paleolíticos que no conocen la democracia. Criollos convencidos de la superioridad europea. Sociedades divididas en castas. Mujeres sometidas. Empleados públicos que no han oído hablar de los derechos del hombre. Turistas gringos que no saben del fin de la Guerra Fría y que tratan de convencernos de la superioridad americana. Sistemas económicos que promueven la esclavitud.

Modernos, modernos, más bien pocos. Ni aquí ni allá. Y por lo visto, casi en ningún lado.

No hay comentarios: