viernes, 3 de julio de 2009

Cerveza y aceitunas

Mi cuñada viene a despedirse de mí antes de salir dos meses de vacaciones a la casa de su mamá en Bosnia. Siempre me ha dicho que estoy invitada si quiero ir con ellos. En mi ignorancia geográfica descubro que Bosnia esta “ahí no más” al otro lado de Italia y que el viaje es de un día en autopista. Algún día voy a hacerlo. Viene y me trae sus dos matas consentidas para que les eche agua. Ella sabe que a mí no me germina un fríjol y que cuando compro una mata mi esposo la mira y le dice: Pobrecita, vas a morir. Alguna vez vino un señor a revisar las conexiones eléctricas y miró lo que quedaba de uno de mis proyectos botánicos y dijo: No sabía que en Ikea vendían matas muertas. Yo haré todo para que las de mi cuñada sobrevivan a este verano ardiente.

Mi cuñada coincide conmigo en dos cosas, ella también es inmigrante, aunque ella ya tiene la nacionalidad, y en la familia política. Estos dos “premios” los compartimos estóicamente y aunque no nos vemos todos los días, ella vive pendiente de mí y yo de ella. Por solicitud mía, le habla y le canta al bebé en Bosniac. Lo hace entre abrazos y besos llenos de verdadero amor. A veces entre cervezas y aceitunas compartirnos historias de guerra. Las mías, a decir verdad, vienen de la televisión, de los periódicos, de los amigos. Ella cuenta historias de necesidad, de carencia absoluta de recursos, de cómo no pudo hablar por casi dos años con su familia, de cómo su esposo en un acto heroico logró traerla a vivir a Francia.

Cuando estaba embarazada, me llamaba y me preguntaba si ya había hecho la comida, y dos minutos después llegaba su hija mayor con albóndigas, arroz o lasagna. Cuando pienso en esas refractarias calienticas, llenas de manjares revivo el placer con que las devorábamos. Como su mamá estaba de visita, una mujer buena y dulce con la que no compartíamos una sola palabra, venían a mi casa a tomarme la tensión y me acomodaban en el sofá con los pies de para arriba.

Copio descaradamente sus secretos de ama de casa, le pregunto todo, le aprendo todo. Ella ha aprendido a reírse de mi sentido del humor, y se ríe conmigo de mí. Lo cual agradezco. Se puso feliz cuando le hice a su hija una piñata para su cumpleaños y le divierte cuando me burlo de cómo consiente desmedidamente a sus hijos.

No compartimos la religión, ni las ideas políticas, ni la nacionalidad. Yo no sabría que Bosnia existía si no hubiera sido por la guerra. Ella trata de aprender español y yo la verdad no creo poder con el Bosniac, pero tal vez algún día encuentre a alguien que me traduzca este texto, para que ella sepa lo mucho que hace por mí. Por ahora, agua a las matas.

1 comentario:

sandra dijo...

que chevere amistad tenes con ella, al igual que las matitas la extrañaras, espero sobrevivan DOSSSSSS MESES!!!!! besitos al bebe abrazo pa ti.