domingo, 25 de octubre de 2009

Café y mouse de chocolate

Hace una semana nos expulsaron de un restaurante a mi esposo, a mi niño y a mí. Nos sacaron. Nos echaron. No paguen, va por nuestra cuenta, pero váyanse. Pararse, ponerse la chaqueta y agarrar al niño. Irse como un miserable. La gente nos mira. Maldito coche que se enreda en todo. Mi esposo está pálido. Yo escucho todo como entre una bolsa porque tengo el corazón tan agitado que me falta el aire. Era la celebración de nuestro aniversario. Como no estamos legalmente casados, celebramos el primer día que nos vimos y la locura furiosa que vino después. Salimos. En el andén terminamos de arreglarnos, ponemos al niño en el coche. Me da tanta tristeza ver a mi esposo descompuesto, que hago un esfuerzo:

- Finalmente nos salió gratis. Ven te invito a un café y al postre.

Encontramos una pastelería y ahogamos el mal momento entre café y mouse de chocolate. En una iglesia que queda en frente, se celebra un matrimonio. Una corte de mujeres ataviadas a la usanza provenzal espera a los novios, adentro una gaita irlandesa, extraña mezcla, que se vuelve aún más exótica cuando empiezan a salir invitados asiáticos y franceses. Novia francesa. Novio asiático. Pétalos de flores en el aire. Música de flautas dulces. Fotos y más fotos de propios y extraños.

En teoría este es el país de la liberté, la égalité, y la fraternité. Acá se escribió la déclaration universelle des droits de l'homme. Ese es el país teórico. En el otro, en el práctico, el dueño de un restaurante nos expulsa porque le molestan los niños. No perderé el tiempo poniendo una queja. No es la primera vez y no nos pasa sólo a nosotros.

Antonio

Con motivo del lanzamiento en francés de su libro: Sin Remedio (Un mal sans remède), entrevistaron esta semana por televisión a Antonio Caballero. Lo presentaron con toda deferencia y elegancia. Luego hicieron una reseña en la que un periodista explicaba con emoción quien era y lo que representaba. Acto seguido la entrevista en estudio. No, que emoción. Cuenta, explica, responde y hace uno de esos comentarios de los que él no se ríe, pero que hacen que los demás se rían a pesar de su profunda oscuridad. No, que emoción. Y yo a quién llamo a contarle. Diez minutos de éxtasis. Y me quedo en el sofá, atravesada por la felicidad y con ganas de llorar.

jueves, 22 de octubre de 2009

Camisas blancas planchadas

Ya había escrito sobre esto. La repetición de la repetidera. Que lora con eso mija.

A mí me gustaban los yupies. En mi juventud, allá a lo lejos. Cuando todavía creía que había una relación directa entre el éxito y la felicidad. Siempre oliendo rico, con sus camisas planchadas. Preferiblemente blancas. Planchadas y almidonadas. Corredores de bolsa, ejecutivos, abogados, economistas, tecnócratas… qué se yo. La pinta les ayudaba - o lo era todo - y esas camisas blancas, planchaditas, impecables… Alguna vez un amigo me dijo: Imagínese al man atendiendo una tienda. Y vino a mí la imagen: Forrado en una camiseta de Pintuco, con un palillo entre la boca, chupándose un lápiz para sacarme el precio sumando detrás de un cartón. Favor que me hizo. Después de eso, les perdí el respeto a los yupies, metrosexuales y a todos esos que eran lo que eran por lo que tenían y no por lo que eran. Luego conocí al que hoy es mi esposo, me lo imaginé atendiendo una tienda y me dieron ganas de comprar una y atenderla con él. Prueba superada. Pero toda la carreta tiene que ver con las camisas blancas planchadas. Yo no plancho, o al menos eso procuro. No me gusta, me da dolor de espalda, no sé hacerlo. En 6 años le he planchado a mi esposo 6 camisas: las que se pone para Navidad. Y yo la verdad compro la ropa dependiendo de si toca plancharla o no. Pero lo que en el pasado fue una prueba de mi pereza y de mi limitada habilidad como ama de casa, se volvió hoy un gesto de solidaridad con el planeta. Planchar la ropa, y sobre todo ser de esas señoras maniáticas que planchan sábanas, toallas, calzoncillos, carpetas, carpeticas, limpiones, trapos del piso… y que antes de ponerse la ropa vuelven y la planchan… es uno de los gestos más agresivos que se hace desde los hogares, hacia el ecosistema. Socialmente, si uno está arrugadito, es un dejado, desordenado, que no tiene cuidado de su presentación personal… Claro, no se pensará que es un ecologista. Nadie le daría su dinero a un corredor de bolsa arrugado: Si uno va a perder su plata, que al menos él que se la invierte esté de punta en blanco.

Y qué decir de las bolsas del mercado. Cuántas personas que se consideran civilizadas, educadas y gente divinamente de toda la vida, piden que en Carulla les empaquen la carne en una bolsita, que luego meten en otra bolsa, separada de la bolsa en la que llevan el jabón. Como si fuera el equipaje con el que van a subir al Himalaya. Como si vivieran a 4 días de sus casas. Algunos al menos usan estas bolsas una segunda vez. Otros las botan y compran otras bolsas para la basura. Viviendo en Francia aprendí a usar bolsas de mercado de “larga duración”, llevo mis bolsas, empaco mi mercado y lo subo y lo guardo y lo cocino y me lo como. Y si bien de solo pensarlo me agoto, es evidente que el pequeño gesto de no usar 10 bolsas plásticas semanales, representa 520 bolsitas de menos en el mar al año.

Y la gente me dirá, qué hago yo pensando en ecología con medio mundo muriéndose de hambre, habiendo tanto tema chusco y controversial como la guerra, los desplazados, la desigualdad, la corrupción… etc. Tal vez yo siga creyendo en poner un granito de arena.

domingo, 18 de octubre de 2009

Barcos

Mi vecina demacrada me saluda en el corredor. Le pregunto si se siente mal. Confiesa estar cansada. Pasó la tarde peleando con su hijo tratando de obligarlo a escribir 100 veces: “Debo oír todo lo que la profesora dice.” Le digo que me parece un poco desmedido el castigo y algo inútil, que hable con la profesora. Al día siguiente me la encuentro de nuevo, viene subiendo con el niño de la mano.

- Hablé con la profesora.
- ¿Y qué te dijo?
- Qué el problema de André, es que es un soñador.
- Pero eso no es un problema…
- Parece que sí, que se la pasa en las nubes pensando no sabe en que cosas…

Llegamos a su casa y me invita a seguir. Encima de la mesa del comedor hay un barco hecho con cajas y botellas plásticas recicladas. Le pregunto al niño y me cuenta que el fin de semana vuelve su papá de misión, que está haciendo un barco para jugar con él en la playa. Como percibe mi interés, me lleva a su cuarto y me muestra otros barcos, carros, carretas y la maqueta de un restaurante llena de detalles hechos de toda clase de materiales.

- Si cuando sea grande no puedo trabajar haciendo barcos voy a ser chef.

Su mamá se acerca y se disculpa por el desorden. Me explica que este niño prefiere inventar mamarrachos con la basura que hacer las tareas del colegio. Que no sabe qué hacer con él. Tengo mil cosas para decir, pero me abstengo. Cuando escucho sus historias tengo la sensación de que la profesora y ella prefieren un muchachito promedio, que hagan lo que se le dice y que termine de cajero en un supermercado. Yo espero que al final André gane la batalla. Por el momento le estoy haciendo una bolsita con las tapas de las botellas, con alambres, y con otras cosas que me encuentro por ahí… Tenemos que mejorar la resistencia de sus barcos.

100 años

El último estudio sobre la expectativa de vida en Francia, dice que los niños que nacieron en el país durante el 2008, incluido el mío, vivirán 100 años. Con la ayuda de una página de internet sobre el tema pude calcular que por el hecho de haber inmigrado a Francia, mi expectativa de vida aumento en 10 años. Yo me pregunto si esos 10 años de más me tocará vivirlos en este pueblito tan aburrido. Espero que no.

Saber que este niño va a vivir 100 años me produjo una crisis ecologista. Llevo dos días calculando. Primero su relación con el agua: cuántas veces va a ducharse, cuántas va a soltar el agua del inodoro, cuántas veces nadará en el mar, cuántas en una piscina, cuánta loza se lava en 100 años, cuánta ropa… Y he seguido y seguido pensando: cuántos galones de gasolina, cuánto consumo de energía eléctrica, cuántas toneladas de basura…

Luego vino la crisis existencial: cuántas veces puede enamorarse uno en 100 años, cuántos comerciales de televisión puede ver, cuántos mails mandará, cuántas preguntas le hará a Google, cuántas veces va a llorar, a reírse, a maldecir, a gritar… Cuántas cosas puede aprender, cuántas cosas debe olvidar, cuánta gente va a conocer, cuánto y que tan lejos viajará, a cuántas personas va a querer y a cuántas va a detestar…

Más tarde la crisis de identidad, cuántas personas distintas es uno en 100 años: el bebe, el niño, el alumno, el adolescente, el universitario, el empleado, el sindicalista, el turista, el enamorado, el divorciado, el inmigrante, el malo de la película, el bueno, el que se las sabe todas, el que no da una, el arrancado, el despechado, el desilusionado, el pesimista, el optimista, el vecino, el observador, el protagonista…

Yo sólo espero poder enseñarle cosas simples. Respetar la naturaleza. Tener la fuerza de voluntad para salir y reducir las horas frente a la televisión y el computador. Hacerle sentir que por más oscuros que sean los escenarios, todo pasa. Enseñarle a creer en el amor. Darle siempre una segunda oportunidad a las personas y a las cosas. Reparar antes de cambiar. Saludar. Sonreír. Saber el nombre de la gente, conocer sus gustos y ser solidario con sus problemas. Decir la verdad por principio y mentiras cuando haga falta. No ser el más bueno, ni el más malo… También tengo que enseñarle a que no me oiga, ni me tome tan en serio, para que los próximos 99 años sean los mejores de su vida.

lunes, 12 de octubre de 2009

Pan y leche

Bajarse del bus y ser normal. Comprar el pan y la leche y no tener pena en tomársela directamente de la bolsa. Sentarse en un andén y amarrarse los zapatos. Encontrar 1000 pesos en el bolsillo y alegrarse. Ser normal. Soñar con el Nobel, con el Lotto, con el Oscar, pero despertarse feliz de no estar obligado a nada distinto de ser normal. Comer sánduche de jamón y queso. Reírse de lo que se ríen todos. Guardar debajo de la cama la pose intelectual. No es perder las ambiciones. Es más bien restarle importancia a los deseos, para ser normal, para estar bien. Una canción francesa dice que si la vida es terrible, el día puede ser el más hermoso. Tal vez mañana empiece a escribir el libro que me inmortalice, o compre el primer billete del Loto. Pero hoy, me bajo del bus de lo que debería ser y soy normal, compro el pan, me lo como, tomo leche de la bolsa y soy feliz con los 1000 pesos que me acabo de encontrar.

Disentir

Prometí no escribir esta semana. Ni una línea. Ni una letra. Nada. Estoy furiosa. Triste. Maldita costumbre de leer periódicos por Internet y sus espantosos foros. Intolerancia infinita. La semana pasada toque fondo. Tengo un amigo que vive al norte. Allá donde los gringos. Paso horas por teléfono preguntándole por Obama. Que los demócratas. Que el cambio. La política internacional y no sé cuantas pendejadas mas. Feliz me contesta, me cuenta anécdotas, me da cifras y me divierte con datos. Él, mi amigo, allá a lo lejos es un demócrata. Los demócratas creen en la igualdad de derechos, respetan a los homosexuales, promueven el cambio, no discriminan a las mujeres, se comprometen con la ecología, con el desarrollo sostenible y promulgan la democracia en la política exterior. Juegan a ser políticamente correctos y el discurso de las utopías les queda bien.

Pero cuando mi amigo habla de Colombia, se transforma. Se vuelve uno de los seguidores de régimen. Las ideas patológicas sobre ([{“Él”}]) entran en escena. Mano dura. ¡Qué constitución ni que carajos! ¡Si claro es un ladrón, pero todos han robado! Colecta firmas en cartas infames cuyo contenido evidencia el pecado sumo que es pensar diferente a ([{“Él”}]). Allá, al norte, mi amigo es un demócrata del primer mundo. Al sur, mi amigo es facho del tercero. Lo que yo interpreto es que en su visión, los gringos tienen derechos, libertades, instituciones. Obvio, porque ellos son mejores. Nosotros en cambio, no merecemos nada y mucho menos tenemos derecho a disentir.

Me dan ganas de recordarle que ([{“Él”}]) iba por John McCain. Pero todo es inútil. A pesar de haberme desahogado. Sigo furiosa.

Gusano verde (Post 100)

Un gusano verde con ojos saltones y manchitas blancas se pasó a vivir a la caja del azúcar. Un elefante azul con una flor en la barriga, vive ahora en el cajón de las medias. Una tortuga de cabeza roja se esconde entre la lavadora. Pensábamos que eran solo juguetes perdidos y los pusimos de nuevo en la alacena. Pero al día siguiente volvieron a sus nuevos hogares. Tú vienes, los visitas, les hablas y te vas. A pesar de estar ocupado en tus múltiples tareas, -jugar con el agua del inodoro, esconder los plátanos debajo del sofá, hablar por teléfono por los controles remotos del televisor, ponerte los zapatos de tu papá y sacar todo de la cartera de tu mamá-siempre sacas tiempo para venir a visitar a tus amigos. Qué puedo decir. Me parece que es una costumbre que habla bien de ti.

martes, 6 de octubre de 2009

Actualización política

- Hola tía…
- Mijita, me contó tu mamá que vas a venir. ¡Qué dicha!
- Si tía, por eso te llamo. Necesito pedirte un favor.
- Dime mijita, para que soy buena.
- Tía necesito que me actualices en actualidad política.
- Mija, pero tú que vives pegada al internet, estas más actualizada que yo.
- No tía, lo que yo necesito es información puntual. Quien está con quien, para no irla a embarrar. Los últimos meses que viví en Colombia, me puse a criticarlo a ([{“Él”}]) abiertamente y hubo un montón de gente que no me volvió a hablar.
- Mija pero cómo se te ocurre. Lo primero que no aceptamos los que lo seguimos a ([{“Él”}]) es que se mente su santo nombre en vano y que se ponga en duda su sapiencia suma. Pero me parece bien que seas prudente y vengas preparada. Pregunta mijita, pregunta.
- Alicita de Benedetti y su esposo.
- Están con él. Felices. Hasta el final. Gracias a los subsidios de Agrícolas, acaban de hacerle una piscina a la finca de Honda. No mijita, una belleza, un lujo.
- ¿Y cómo hicieron, porque esa finca siempre ha sido de recreo?
- Pues haciendo la vuelta mija. Además los subsidios son para los que ya tienen tierras y plata.
- Ah… Sigamos. Olguita y Juan Concha.
- No mija. Esos nos dejaron.
- ¿Se murieron?
- No mija. Es que ellos tenían al hijo trabajando en una embajada, estaban felices pero con lo de la reelección, pues al muchacho lo sacaron para meter a la hija de un congresista. Entonces ahora el pobre Juan vive diciendo que él nunca jugó en el equipo de ([{“Él”}]) y que siempre ha izado las banderas del Partido Liberal.
- Paulita, Amelita y Julianita Castañeda.
- Pues mija es que ellas estaban en muy mala situación. Como se dice, llevaban años siendo gente bien venida a menos y en un golpe de suerte a Julianita le salió un trabajo en una ONG americana. Entonces ahora son como tú. Izquierdosas del Centro Andino. De mochila wayúu y zapato de marca. Que los desplazados, que los derechos humanos y todas esas pendejadas que se inventan las ONGs para sacarle plata a los gringos y a los europeos.
- Gracias por el vainazo. Sigamos pero habla más despacio que yo estoy aquí anotando. Alejandrito Parra.
- Mija es que ese muchacho siempre ha sido un desadaptado. Me dicen que se ha dado sus paseos por El Polo… Así como alguien que yo conozco pero que no digo quien es…
- Pues claro que yo me doy mis paseos por El Polo. Por el Polo Club, llevamos como 30 años viviendo ahí tía.
- Si, hazte la pendeja.
- Oye tía… ¿y mi tío?
- Mija, cómo te dijera. El dice que desafortunadamente uno siempre debe jugar en el mismo equipo, en el equipo de los ganadores, pero a tu tío ([{“Él”}]) no lo convence. Cada vez que abre el periódico dice que es un capataz de medio pelo. Un dictadorcito barato. Un enfermo de poder enceguecido por la ambición. Que dejó la pobre Constitución hecha un chicote. Que no lo soporta. Pero claro tu tío no dice eso en público. No va y lo confundan con un guerrillero y aparezca debajo de un puente vestido de camuflado y con una pistola amarrada a la mano con cinta aislante.
- Bueno y si mi tío dice eso, ¿Tu por qué eres tan adepta a ([{“Él”}])?
- Pues mijita, porque yo siempre fui del partido conservador como lo era mi papá. Pero estar con ([{“Él”}]) se volvió una moda y yo no quiero que me pase como a ti, que por no seguir la corriente la gente piensa que uno está con los guerrilos y no lo vuelven a invitar a nada.
- Ah, o sea que tu no eres una “fumadora social”, sino una “fanática social”…
- Algo así mija, algo así…
- Bueno saberlo.

lunes, 5 de octubre de 2009

El día de las brujas

Todo iba bien. Las viejitas de la casa de recuperación venían felices a sus clases de trabajo manual. Pero los “creativos” tenemos un problema: nos las damos de creativos. Y dada la cercanía del Halloween me inventé la idea fantástica de enseñarles a hacer máscaras y antifaces para sus nietos. No vino nadie. Las enfermeras que cuidan a mis alumnas me dijeron que era posible que estuvieran cansadas. No desistí. Y volvieron a faltar. Mientras recogía los materiales dada la falta de público, apareció una señora que había venido las primeras veces.

- Nadie va a venir.
- ¿Y sabe usted porque?
- Porque el Halloween es una costumbre americana, no es francesa.
- ¿En serio?
- Si.

No entré en discusiones y fui a hablar con la directora. Me dijo que no me preocupara. Que si me parecía volviéramos al collage.

En el almuerzo del domingo comento lo sucedido. Mi suegra se molesta.

- ¿Pero es que a quién se le ocurre hacer cosas para el Halloween? En mi pueblo hicimos un grupo que pasó una carta a la Alcaldía para que se prohibiera el Halloween.
- ¿No fue el mismo grupo que hizo la carta para que no dejaran montar un Ikea? – pregunta mi esposo picándole la lengua.
- Claro, los mismos.
- Pero Ikea es sueca.
- Pues de donde sea, pero no es francesa.
Mi esposo se ríe y sin que su mamá se dé cuenta alza el plato y me muestra la marca: “Ikea”.
- ¿Y no han hecho una carta para que acaben los restaurantes chinos?
- No porque a los nietos del presidente del grupo les gusta mucho el arroz cantonés. Yo si no como de esa comida jamás. Ni la he probado.

Yo sigo en silencio y pienso que afortunadamente Louis Pasteur era francés, porque o si no la industria láctea francesa no hubiera llegado a ser lo que es. Yo por el momento mantendré en secreto que los números naturales fueron inventados por lo árabes, para no poner en riesgo el sistema financiero europeo y que se sospecha que la rueda se inventó en Mesopotamia. Por si acaso. Lo único que me falta es tener que hacer mercado a caballo.