lunes, 5 de julio de 2010

Reinventarse

No sé si la palabra reinventarse existía, o si se la inventaron hace poco. Se puso de moda para describir la forma en que Madona se “reinventa”, cambia, o muta para el lanzamiento de cada uno de sus discos. Que si pelinegra, que si sadomasoquista, que si como una virgen, que si iluminada por la divinidad, que si mamá de una quinceañera vestida ella (la mamá) de adolescente. Un día ícono gay y al siguiente escritora de cuentos para niños. Qué creatividad. Sobre todo porque todos los “saltos” son fríamente calculados y absurdamente lucrativos. Yo, sin tener ninguna información adicional, supongo que no es “ella” solita la que se reinventa sino un grupo enorme de gente que hace la tarea para que la señora siga siendo un buen negocio.

Pero hay otros que también se reinventan, sin salir en las revistas de chismes y sin ninguna motivación diferente al amor. Mi mamá se reinventa de abuela. De los códigos y las superintendencias pasa a los dinosaurios de caucho y al “sana que sana colita de rana”. Yo me reinventé como una mamá, esposa e inmigrante. Dejé la gerencia de una oficina de diseño gráfico en Bogotá, a la “administración” de un hogar al otro lado del mar y frente a él.

Esta semana di un salto tan grande que todavía me pregunto si soy yo la que lo hizo. Después de un mes de trámites, de fotocopias, de hablar mi francés de cacatúa con montón de gente que no conocía, he logrado tener mi tarjeta de vendedora ambulante. No es que vaya a salir por la calle con mi lámina de icopor anunciando: “la gafa, la gafa”. Pero casi. Desde ahora tengo derecho a poner un puesto en los mercados ambulantes que se hacen una vez a la semana en los pueblos y ciudades francesas (“Les Marchés”). Los trabajos manuales que hacía para disipar los estados maniacodepresivos del pasado, son ahora los productos que venderé a turistas y lugareños. El hippie que dormitaba en mi se despierta para que ataviada en mi falda de florecitas venda las cosas que hago mientras mi niño duerme. Durante la semana me dedicaré a buscar lo que me falta para montar mi puesto. En las noches haré bolsitas y tarjetas con mi nuevo nombre y mi número de teléfono. Porque ya no soy Ángela Jiménez. Ahora soy, (y vaya uno a saber por cuánto tiempo) Lita Blanc. Blanc comme la couleur (blanco como el color), como dice mi esposo para evitar deletrear su nombre. Ya son historias del pasado los clientes, las propuestas, las facturas y el cobro de cartera. Mi hijo no dirá que su mamá es diseñadora gráfica, sino que tiene un puesto en el mercado donde vende sus cositas. Yo espero que esté orgulloso de mi, y que crezca sabiendo que uno puede cambiar y reinventarse siempre, sobre todo si lo hace por amor.

2 comentarios:

Wilmar dijo...

Ohh reinventarse jejeje me encanta este post porque quiza de alguna manera es lo que ando buscando husmeando o que quiza haya pasado sin darme cuenta, los cambios siempre dejan cosas interesantes, anda pero lo cierto es que bajando un poco mas a la realidad te deseo suerte por ahi en Les Marches conquistando turistas, y lo mejor de todo disfrutando de los momentos de la vida ;) Saludos, W.D

Rafa dijo...

que simba angelita.. yo se que vas a ser sensacion con esas cosas tan bellas. besos