sábado, 31 de julio de 2010

Format C:>

El primer día que me fui a vender mis joyas al mercado de mi pueblo. Aclaro antes de continuar, para poner en contexto a los lectores que no me conocen personalmente, que yo nací en Cartagena, pero siempre viví en Bogotá. Que mi vida era algo así como la versión tercer mundista de Sex and the City, que yo era la gerente de una compañía de diseño, que parte de mi éxito era ser prepotente, sobradora e incluso inmamable. Prosigo. El primer día que fui a vender mis joyas al mercado de mi pueblo. No, de este pueblo, Hyeres en la región de Var, sobre el Mediterráneo al sur de Francia, para más señas. Fue desastroso. Más de 35 grados de temperatura. No sabía nada y lo poco que aprendí fue gracias a los gritos y los insultos de los antiguos mercaderes, que estaban desesperados de mi ignorancia. Mi amiga Mónica (que me acolita y me apoya en todo) y yo, parecíamos dos bichos raros bañadas en sudor y muertas de susto.

El segundo día, habiendo sobrevivido al impacto del primero, y habiendo corregido muchas cosas, me fue mejor. Incluso vendí.

El tercer día que pensába ir, me di cuenta que me habían robado la mesa y el parasol. Me tocó quedarme en la casa porque era demasiado tarde para conseguir otros.

El cuarto día, o sea hoy, fue un día memorable. Llegué sola. Conseguí un buen lugar al lado de un marroquí que se hizo mi amigo. Hamid, me enseñó todos sus secretos de mercader, me encargó de su puesto mientras traía tinto para los dos, me ayudó con mi parasol que resulto desastroso y me regaló un abanico. Yo le conté todas mis historias y él se reía conmigo de mí. A las 9 de la mañana vino a visitarme Carine, una de mis vecinas que le dijo a su hija que escogiera algo para ella y algo para su abuela. Me hizo visita. Me puse muy feliz al verla. A las 10 de la mañana vino a visitarme Venonique, otra vecina, con sus dos hijas adolecentes y su sobrina a quienes les dijo que escogieran lo que más les gustara. Incluso compraron un regalo para una amiga que cumplía años. Su presencia hizo que vinieran más clientes y el resto de la mañana seguí vendiendo. A las 11 llegó Mónica con Gigi, su bebita de casi un año. Me trajeron duraznos. Me acompañaron. Le hicimos visita a Hamid, que estaba feliz de “chicaniar” con los demás de sus amigas colombianas. A la una de la tarde volví a mi casa. Exhausta pero feliz.

Mi vida ya no es ni la sombra del Sex and the City criollo. Incluso no da ni para Desperates Housewifes. En esta realidad, soy alguien con el handicap de un acento, mis títulos universitarios y laborales son anécdotas de un pasado remoto, ser inmamable o prepotente es absolutamente inútil. Como si hubiera formateado mi vida: sin familia, sin contactos, sin palancas, he descubierto que a pesar de “no ser nadie” puedo ser una persona que la gente quiere. Chévere.

2 comentarios:

Catalina dijo...

Siempre has sido una persona que la gente quiere. Te felicito, vas a ser la que más venda de todos los mercados de Francia.

Wilmar dijo...

Antes de venir a España trabaje mucho rato con computadoras, y bueno, cuando se formatea algo es con la intencion generalmente no mezquina de borrar todo lo que habia sino generalmente con la de recofigurar y dejar todo mucho mas organizado, con un reluciente olor a nuevo, los datos anteriores pueden estar ahi... guardaditos en algun rincon, e incluso pueden ser usados despues asi las cosas no sean jamas de la misma forma. Pero el cambio es para bien, para guardar la armonia y porque no a veces secillamente porque es necesario.

Saludos, W.D