martes, 24 de febrero de 2009

Amiga

Me encanta montar en metro. Cuando vivíamos en Marseille aprovechaba la más mínima oportunidad para darme el paseo, a pesar de tener a mi disposición el carro del que entonces era mi novio. Parquear en algunas ciudades es horrible. Extrañamente vale lo mismo que en Bogotá, o incluso menos. Pero eso es otro problema.

Ella se sentó frente a mí una tarde que iba al centro a tramitar los papeles del PACS (pacto de solidaridad civil, para nosotros: la legalización de una unión libre). No podría decir cuántos años tenía, portaba la expresión de haberlo visto todo, la piel bronceada, los músculos firmes, pero creo yo, que por el exceso de maquillaje le habían salido las patas de gallo antes de tiempo. Me miraba como si supiera algo. Yo le sonreí. Estaba segura de haber visto este fenotipo humano toda mi vida. Leyó algo en mis papeles que le dio la pista definitiva.

– ¿Haciendo papeles?- Un delicioso acento del algún departamento colombiano.
– Si es que voy a hacer el PACS con mi novio.- En su rostro la expresión de estar viendo alguien ingenuo.
– Yo sé quien le coge el ruedo a esos pantalones.
– Si, ¿de verdad? Es que toca cortarles y no quiero dañarlos.
– Venga le explico. – Me hace un mapa en el respaldo de alguna de mis fotocopias.
– Ah mil gracias!
– Yo siempre estoy en Sakakini, frente al hospital. Si me necesita.
– Gracias!

¿Necesitarla? Que hubiera dado por poderla invitar a mi casa y oírle toda su historia. Pero como vivíamos en un Caserne Militar tuve miedo. En fin…

Una semana más tarde estaba invitada a una comida en la casa de mis amigas japonesas a la que nunca había ido. Llevaba 20 minutos perdida y pensé en ella. Bajé por Sakakini y hay estaba, ataviada para su labor.

– ¡Buenas! Me da pena molestarla pero estoy perdida y tengo que llegar a esta dirección.
– ¡No mamita, eso es lejos! Suba por esta y antes de llegar al Velodrome voltea a la derecha. Esa es la mejor ruta.
– Mil gracias.
– Por aquí a la orden.

Aprovechando que mi novio seguía de misión fuí la noche siguiente a saludarla. Le llevaba una cajita de papas con guiso calientes. Era tarde. Me fui caminando.
- ¡Buenas! ¿Encontró la dirección?
- Si gracias. ¿Cómo le ha ido?
- Bien para no preocuparla.
- Yo le traje una cosita… son papitas con guiso…

Ella cogió la caja, la abrió por un lado, las olió y cerró los ojos mientras suspiraba.

- ¿Las puedo guardar para más tarde?
- Si claro. Ya le mandé coger el ruedo a los pantalones, mil gracias.
- Eso no es sino que pregunte. Pero mi consejo, es que se dé mañas y se haga amiga de algún árabe. Ellos se la tienen montada a los franceses y se saben todos los trucos que pal subsidio, que pa’ la seguridad social, que si necesita conseguir algo, que si tiene problemas con la justicia… Por esta calle hay un sitio de fotocopias de uno que me ayudó mucho. Saque las copias allá y se lo va ganando.
- Ah buenísimo, lo haré.

En ese momento llegó su amiga. No era ni colombiana ni francesa, e incluso no sé si era su amiga o su amigo, hablaron en algo que podría ser una derivación apocopada del francés.

- Me salió una vuelta amiga.
- Ah tranquila, cuídese mucho.
- Lo mismo amiga, chaooo.

No la volví a ver. Lástima. Seguí su consejo y me hice amiga del árabe. Pero eso es otra historia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

soy mayra soy de colombia y me encantaria conseguir amigas que les guste estudiar diseno de modas mi correo es mayrasi_13@hotmail.com adios